sábado, 10 de julio de 2010

DOMINGO 15° DURANTE EL AÑO

EL BUEN SAMARITANO
Lucas 10, 27-37

Cuando comenzamos a explicar el Evangelio de Lucas dijimos que éste era el evangelio de la misericordia de Dios. Jesús era el Salvador de todos y nos salvaba-no de su poder, o el tener-sino desde la misericordia.

La parábola del buen samaritano es el lugar donde podemos encontrar a Jesús de la manera más genuina con el Señor de la misericordia y la ternura.

Jesús no debía de hablar demasiado de la otra vida, de la “vida eterna”, cuando tanto un jurista como un dirigente le formulan (uno para atraparlo, el otro para alabarlo) la misma pregunta: ¿Maestro, ¿qué debo hacer para heredar la vida eterna? Quienes no quieren comprometerse con el hermano necesitado son muy propensos a hablar de la vida eterna.

Este pasaje tan conocido, tan claro y directo, es fundamental para captar la nueva experiencia religiosa que nos trae Jesús:

El amor a Dios y al prójimo no puede separarse. El que no ama al prójimo no tiene verdadera experiencia religiosa. El que no ama al prójimo de forma práctica, no ama a Dios

Jesús cambia completamente nuestra idea sobre quién es mi prójimo. El jurista le pregunta: ¿Quién es mi prójimo? Y Jesús da vuelta a la pregunta, preguntando a su vez: ¿Quién de los tres se hizo prójimo del herido? Nos dice que prójimo no es para mí el otro, sino que prójimo soy yo, cuando me acerco al otro y le ayudo. El problema no está en saber quién es mi prójimo, sino en hacerse prójimo.

Jesús nos dice de quién debemos hacernos prójimos en primer lugar. Es decir, a quién debemos acercarnos y ayudar ante todo. La respuesta es clara: al caído, al herido, al que sufre violencia, al despojado de sus derechos de persona, no importa su nombre, ni su país, ni su edad, ni su religión. Nosotros decimos: Primero, los de la casa. Jesús, sin negar que debamos hacernos prójimo de los de casa, propone otro ejemplo: Un hombre asaltado, uno cualquiera que, por no tener ni nombre ni patria, personifica a la humanidad. Son, pues, dos cambios revolucionarios: uno, en el concepto de prójimo; otro, en el orden de preferencia.

Jesús hace una dura crítica de la religiosidad sin prójimo. La dureza de esta crítica aparece en los personajes que elige: un sacerdote y un levita. Ambos son representantes oficiales de la religión, preocupados por el templo, el culto y el servicio legal a Dios. Quizás puedan justificar su conducta, “su rodeo”, en la observancia de leyes para no caer en impureza legal. Pero Jesús los descalifica. Estar oficialmente al servicio de Dios y pasar de largo ante la persona necesitada es no entender el mandato de Dios, es pasar de largo ante lo que hay que hacer para tener vida. La religiosidad sin prójimo tergiversa el mandamiento de Dios; es falsa.

Jesús abre la puerta de la vida a los extranjeros, a los heterodoxos y mal vistos que ayudan al necesitado. La persona elegida como modelo de lo que hay que hacer para tener vida es una provocación para el jurista y para todos los judíos religiosos. El samaritano es el símbolo del hereje, del proscrito, tanto que el jurista no se atreve a pronunciar la palabra maldita (“el samaritano”) y responde “El que tuvo compasión de él”

Queda claro qué es lo que hay que hacer para tener vida. Hacerse prójimo del necesitado; es decir, tener compasión, detener el viaje de los negocios propios, dar de lo que uno tiene, tomar partido por quienes tienen sus derechos pisoteados, implicar a otros… No hay excusa ni escapatoria. Jesús remacha el clavo: “Pues anda, haz tú lo mismo”. Quien se hace prójimo del pisoteado, del herido, tiene vida asegurada.

Reflexiones para hoy
Los cristianos no acabamos de superar la visión “judía” de la vida. Nuestros criterios, actuaciones y reacciones no responden al proyecto de vida querido por Jesús, ni se inspiran en su mensaje. Por eso, después de veinte siglos, seguimos haciendo la misma pregunta equivocada de aquel jurista de Israel: ¿Quién es mi prójimo? Porque también nosotros vemos con claridad que hay hombres y mujeres cercanos a nosotros a quienes hay que amar y ayudar. Son las personas que llevan nuestra misma sangre, coinciden con nosotros, están en la misma comunidad, piensan igual… “Son de los nuestros”. Pero, ¿qué decir de tantos hombres y mujeres que no lo son? Nos parece normal, en la medida en que las personas nos resultan extrañas, lejanas y distantes, que disminuyan nuestras obligaciones para con ellas. Por eso, a la hora de adoptar ante los demás una postura, seguimos haciendo dos categorías diferentes de prójimo. Y respondemos diferente según sea su ideología, su cultura, su lugar de nacimiento, su color, su cercanía… incluso hemos querido bautizar nuestra postura diciendo que la caridad bien entendida empieza por uno mismo y por los suyos. La parábola del buen samaritano dice que Jesús entendía las cosas de otra manera.

Por eso, antes de discutir qué es lo que creemos cada uno o qué ideología defendemos, hemos de preguntarnos a qué nos dedicamos, a quién amamos y qué hacemos por estos hombres y mujeres que necesitan la ayuda de alguien cercano. No basta buscar la voluntad de Dios de cualquier manera, sino buscarla siguiendo muy cerca las huellas de Jesús. La cuestión para tener vida no está en si alguien busca a Dios o no, sino en si lo busca dónde El mismo dijo que estaba.

Ahora bien, según Jesús, sólo hay una manera de “tener vida”. Y no es la del sacerdote y levita que ven al necesitado y “dan un rodeo” para seguir su camino, sino la del samaritano, que detiene el viaje, los negocios propios para ayudar al que está necesitado.

Ojo a nuestras caridades
La parábola establece, además otras precisiones. El amor al prójimo es, en primer lugar, auténtico amor humano, que se conmueve ante la persona maltratada y herida. Y por eso mismo se concreta en una iniciativa que es acción inteligente y eficaz: “curó personalmente las heridas, lo llevó a una posada y pagó para que lo atendieran debidamente”. El amor al prójimo, y en la misma medida el amor a Dios del que es expresión inseparable, se realiza en la práctica. Dirigiéndose al maestro de la Ley Jesús concluya con un tajante (o suave y sibilino): “Anda, haz tú lo mismo”. Es la acción solidaria.

No es oro todo lo que reluce
Muchos de los proyectos del estado del bienestar se están llevando adelante con criterios principalmente económicos, comerciales y políticos. Esa dinámica poco social y solidaria, tiende a abandonar irremediablemente en el borde del camino a los más débiles e indefensos. Más que primicias del Reino, presentamos y ofrecemos clubes de ricos, en donde no hay sitio para los pobres, humildes y extranjeros. Buscamos nuestro bienestar, no el de otros, aunque relatemos las migajas del banquete que “generosamente” les ofrecemos.

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