martes, 28 de diciembre de 2010

Santos Inocentes


De acuerdo a un relato del Evangelio de san Mateo (2, 13-13), el Rey Herodes mandó matar a los niños de Belén menores de dos años al verse burlado por los magos de Oriente que habían venido para saludar a un recién nacido de estirpe regia.

A partir del siglo IV, se estableció una fiesta para venerar a estos niños, muertos como "mártires" en sustitución de Jesús. La devoción hizo el resto. En la iconografía se les presenta como niños pequeños y de pecho, con coronas y palmas (alusión a su martirio). La tradición oriental los recuerda el 29 de diciembre; la latina, el 28 de diciembre. La tradición concibe su muerte como "bautismo de sangre" (Rm 6, 3) y preámbulo al "éxodo cristiano", semejante a la masacre de otros niños hebreos que hubo en Egipto antes de su salida de la esclavitud a la libertad de los hijos de Dios (Ex 3,10; Mt 2,13-14). En nuestro tiempo continúa la masacre de inocentes. Millones son masacrados por el aborto, millones más mueren abandonados al hambre... ¿Qué haces?.

Una voz se escucha en Ramá: gemidos y llanto amrgo: Raquel está llorando a sus hijos, y no se consuela, porque ya no existen" -Jr 31,15.

lunes, 27 de diciembre de 2010

DOMINGO DE LA SAGRADA FAMILIA


HUIDA A EGIPTO. NUEVO EXODO

Contemplemos y oremos…. Lucas 2, 13-23

Estar a la escucha de la Palabra de Dios que es buena y nueva…
Oír los gritos de hoy, los llantos y lamentos que resuenan hoy en nuestro mundo cercano y lejano…
Descubrirse extranjero, sin patria, sin tierra definitiva, sin posesiones propias. Desapegarme, verme emigrante, caminante… Adorar sólo a Dios.
Dar gracias a Dios… por la familia que tengo, por mis amigos, por mi pueblo, por mi comunidad, por las personas que mi han ayudado y me ayudan, que me respetan y abren horizontes…
Buscar en la sencillez de la existencia diaria de tantas vidas anónimas de hombres y mujeres, que silenciosamente hacen crecer el mundo y siguen prendiendo su llama como centellas entre juncos secos, la Sabiduría, la Buena Noticia, al Mesías, a Dios que anda en nuestro mundo.

TIEMPO DE NAVIDAD



Vivir la Navidad y oremos… Lucas 2, 1-14

Acércate a Belén a escuchar el Evangelio…
Acércate a Belén para dejarte querer
Acércate a Belén para recibir esa gran alegría que es para todo el pueblo…
Acércate a Belén a tocar la debilidad de Dios

La Fundación Di Pasquo a sus amigos...


Muchas veces esperamos a Jesús caminando glorioso y triunfate en nuestras vidas, pero pocas veces comprendemos que Cristo llega a nosotros de una manera sencilla y humilde como es un niño envuelto en pañales esperando que le tendamos una mano.


El amor de Jesucristo se manifiesta en nosotros en Navidad y durante el año, a través del servicio a los demás especialmente a los necesitados. Su generoso compartir hace de todos un amor hecho servicio.


Feliz Navidad y un Año Nuevo 2011 lleno de paz

domingo, 19 de diciembre de 2010

4° DOMINGO DE ADVIENTO




Anuncio y nacimiento de Jesús
Mt 1, 18-24

Este texto no intenta tanto darnos a conocer detalladamente el nacimiento de Jesús cuanto adelantarnos su cometido, el alcance salvífico de su misión, su verdadero ser.
Mateo afirma que Jesús procede de Dios a través de la acción misteriosa del Espíritu en María, y que la vinculación de Jesús con Israel es sólo legal, pues acontece a través de la paternidad adoptiva de José.

“María, su madre, estaba prometida a José”. Entre los judíos esta promesa comportaba un compromiso matrimonial casi definitivo, hasta el punto que, si la pareja tenía un hijo, éste era considerado legitimo de ambos. En caso de infidelidad, la ley de Moisés preveía dos soluciones: la denuncia pública y consiguiente lapidación; o la separación en privado. José, que era junto, sin dejar de ser obediente a la ley, elige la segunda.

El relato está lleno de detalles prodigiosos: la aparición de un mensajero de Dios, la manifestación de la voluntad de Dios a través del sueño, la natural perplejidad de José… Todos ellos confluyen en un mismo punto: Jesús no es sólo hijo de Abraham y de David, sino que es, sobre todo, Hijo de Dios. Si en la genealogía aparece vinculado a Abraham y a David, aunque sólo sea de forma legal, aquí, por la acción del Espíritu Santo, se os desvela que es Hijo de Dios.

El que Jesús nazca de María por la acción del Espíritu Santo es una forma de expresar su divinidad y mesianidad. Pero no pensamos que el Espíritu Santo realiza la función del varón en su concepción. El Espíritu Santo es principio de vida y nos muestra el origen divino de Jesús, pero no podemos pensar, sin entrar en una contradicción, que su acción sea al modo humano.
El nombre de Jesús envuelve toda la narración. Jesús significa “Dios salva” y describe, en apretada síntesis, cuál será su misión: “salvar a su pueblo de sus pecados”.
“Todo esto sucedió para que se cumpliese…”, cuyo propósito es subrayar que en Jesús se realizan las promesas que Dios había hecho a su pueblo.

Al citar a Isaías, Mateo subraya el nombre del niño que nacerá: “Emmanuel, que significa Dios-con-nosotros”. Reafirma así la certeza que tienen sus destinatarios de que, en Jesús, Dios se ha hecho cercano. Así Mateo nos ha hecho la primera presentación de Jesús: hijo de Abraham y de David, Mesías prometido, Hijo de Dios y presencia cercana suya entre nosotros (Emmanuel)

La solidaridad de Dios. La fe cristiana se fundamenta en una afirmación sencilla y escandalosa: Dios ha querido hacerse hombre. Ha querido compartir con nosotros la aventura de la vida, saber por experiencia propia qué es vivir en este mundo, gozar, sufrir y crecer, caminar con nosotros.
Ser cristiano es descubrir con gozo que “Dios-está-con-nosotros”, intuir desde la fe que Dios está en el corazón de nuestra existencia y en fondo de nuestra historia humana, compartiendo nuestros problemas y aspiraciones, conviviendo la vida de cada persona. Este gesto de Dios, que se solidariza con nosotros y comparte nuestra historia es el que sostiene, en definitiva, nuestra esperanza. Dios ha querido ser uno de los nuestros. Su nombre propio es Emmanuel, el Dios-con-nosotros.

La fe en un Dios hacho hombre nos debería ayudar a los cristianos, no sólo agradecer la solidaridad de Dios, sino a creer más en el hombre en quien siempre hay, a tenor de Dios, más cosas dignas de admiración que de desprecio.
A propósito del nombre. A José se le indica que ponga a su hijo el nombre de Jesús, porque Ël salvará a su pueblo de todos sus pecados. Sin embargo, para la mentalidad semita, el nombre no es algo indiferente y casual, sino que expresa el ser mismo de la persona, su misión, su destino. Por ello, los primeros cristianos descubrieron en el nombre arameo de Jesús (Yehosua=”Yahveh salva”) el contenido profundo de su vida y misión. Por eso, todos tenemos un nombre en el corazón de ese Dios que ha querido compartir nuestra vida. A todos y a cada uno de nosotros nos conoce y nos llama por nuestro propio nombre. Para Dios todos somos únicos e irrepetibles; todos tenemos una misión insustituible.

Un hombre justo. “José, su esposo, que era justo (=bueno, recto, en otras traducciones) y no quería denunciarla, decidió separarse de ella en secreto”. Para Mateo, José es justo sobre todo porque, comprobando una presencia de Dios, un plan divino que le supera, no quiere ser obstáculo y se retira sin pretensiones. “Justo” tiene entonces el sentido de aceptación del plan de Dios, aunque éste desconcierte y ponga patas arriba el propio. Y de eso es modelo José. El hombre que tuvo sus dudas, que no vio claro ni entendió, acepta, sin embargo, la acción de Dios y, al aceptarla, su actuación se convierte en algo muy importante. Su protagonismo está siempre al servicio del plan de Dios.

De José y su actuación hay mucho que aprender: aceptar el plan de Dios, no ponerle obstáculos, estar a su servicio, saber caminar aun en el desconcierto, no juzgar ni herir a las personas, aceptar el misterio aunque nos supere, saber vivir un proyecto de pareja, respetar al otro, no intentar ser protagonistas, creer en un Dios encarnado, aceptar su salvación…

Dios está cerca. Mateo abre con la proclamación de que Jesús pertenece a nuestra historia y que Él es Emmanuel y se cierra con este m mensaje y promesa del mismo Jesús: “Miren que estoy con ustedes cada día hasta el fin del mundo”.
El sigue siendo, hoy, el Dios con nosotros. No solamente está presente en la comunidad, sino que es su salvador, su fundamento y apoyo. Mateo no pierde oportunidad de indicarnos los lugares privilegiados de la presencia del Señor: en la comunidad reunida en su nombre (18, 20), en los apóstoles misioneros (10, 40), en los hermanos necesitados (25, 31), en la comunidad cuando anuncia la Buena Noticia (28, 20)…
Dios está cerca. Éste es mensaje del Evangelio entero. Dios está con nosotros. Dios está cerca de ti, ahí donde tú estás, con tal de que te abras al Misterio, al Espíritu como María. El Dios inaccesible se ha hecho humano y su cercanía nos envuelve. En cada uno de nosotros puede nacer Dios. En cada uno puede acontecer una verdadera Navidad.

Para reflexionar…

Aprender de José. A no poner obstáculos al plan de Dios. A vivir con Dios y con las personas.
Aprender de María. Aprender a ser hueco, seno, vientre, tierra virgen para Dios. Aprender a gestar y a dar a luz a Jesús.
Hacer efectiva la solidaridad de Dios. Dar testimonio de esta presencia y cercanía.
Dar gracias por mi nombre. Sentirme amado, elegido, llamado, respetado, salvado. Descubrir, agradecer y ofrecer las innumerables facetas y tesoros que hay en mí.
Escuchar, acoger y hacerle sitio en mí a la Buena Noticia. Leer el Evangelio, masticarlo, rumiarlo. Dejarnos sorprender. Y después, esperar y esperar, soñar y soñar… con Dios.

domingo, 12 de diciembre de 2010

Nuestra Señora de Guadalupe



Oh Virgen Inmaculada, Madre del verdadero Dios y Madre de la Iglesia! Tú, que desde este lugar manifiestas tu clemencia y tu compasión a todos los que solicitan tu amparo; escucha la oración que con filial confianza te dirigimos y preséntala ante tu Hijo Jesús, único Redentor nuestro.

Madre de misericordia, Maestra del sacrificio escondido y silencioso, a ti, que sales al encuentro de nosotros, los pecadores, te consagramos en este día todo nuestro ser y todo nuestro amor.
Te consagramos también nuestra vida, nuestros trabajos, nuestras alegrías, nuestras enfermedades y nuestros dolores.

Da la paz, la justicia y la prosperidad a nuestros pueblos; ya que todo lo que tenemos y somos lo ponemos bajo tu cuidado, Señora y Madre nuestra.

Queremos ser totalmente tuyos y recorrer contigo el camino de una plena felicidad a Jesucristo en su Iglesia: no nos sueltes de tu mano amorosa. Virgen de Guadalupe, Madre de las Américas, te pedimos por todos los Obispos, para que conduzcan a los fieles por senderos de intensa vida cristiana, de amor y de humilde servicio a Dios y a las almas.
Contempla esta inmensa mies, e intercede para que el Señor infunda hambre de santidad en todo el Pueblo de Dios, y otorgue abundantes vocaciones de sacerdotes y religiosos, fuertes en la fe, y celosos dispensadores de los misterios de Dios.
Concede a nuestros hogares la gracia de amar y de respetar la vida que comienza, con el mismo amor con el que concebiste en tu seno la vida del Hijo de Dios. Virgen Santa María, Madre del Amor Hermoso, protege a nuestras familias, para que estén siempre muy unidas, y bendice la educación de nuestros hijos.

Esperanza nuestra, míranos con compasión, enséñanos a ir continuamente a Jesús y, si caemos, ayúdanos a levantarnos, a volver e El, mediante la confesión de nuestras culpas y pecados en el Sacramento de la Penitencia, que trae sosiego al alma. Te suplicamos que nos concedas un amor muy grande a todos los santos Sacramentos, que son como las huellas que tu Hijo nos dejó en la tierra. Así, Madre Santísima, con la paz de Dios en la conciencia, con nuestros corazones libres de mal y de odios podremos llevar a todos la verdadera alegría y la verdadera paz, que vienen de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que con Dios Padre y con el Espíritu Santo vive y reina por los siglos de los siglos, Amén.
Oración de Juan Pablo II

sábado, 11 de diciembre de 2010

3° DOMINGO DE ADVIENTO


EMISARIOS DE JUAN BAUTISTA
Mt 11, 2-11

La figura de Juan Bautista, para Mateo es de especial atención. Es probable que tenga presente los grupos de discípulos de Juan que existían en su época, y que trate de orientar la relación que mantienen los cristianos con esos grupos. Ante la polémica en torno a quien era mayor, si Juan o Jesús, deja zanjada la cuestión: Juan es más que un profeta, es el precursor de Jesús, el mensajero; pero el Mesías esperado, el que realiza los signos anunciados por los profetas, ése es Jesús.

Distinguimos en este texto dos partes: la respuesta a los enviados del Bautista; y la declaración de Jesús sobre Juan.
El comportamiento de Jesús, parece ser, no responde al ideal mesiánico de Juan. Éste, en la cárcel por haber criticado a Herodes, al ver que las obras de Jesús no son como él había pensado, al comprobar que decepcionaban a sus compatriotas, que el pueblo no se convertía, que crecían los conflictos con los jefes…, se siente débil y angustiado, y envía a dos de sus discípulos para que pregunten directamente a Jesús si Él es el Mesías.
Es de observar que Jesús no responde directamente a la pregunta, sino que remite a sus obras (una historia que está a la vista de todos) y a las Escrituras. Sus signos, contemplados a la luz de los oráculos proféticos, revelan claramente que él es el Mesías, el que tenía que venir. Él cura al pueblo de sus heridas, enfermedades y carencias, le da vida y anuncia la Buen Noticia a los pobres. La respuesta de Jesús, como respuesta evangélica, orienta a Juan y a todos los demás. Pero todos están de acuerdo con su estilo de vida, con sus obras, con su forma de vivir el mesianismo. De ahí que el mismo Jesús tenga que proclamar: “Y dichoso el que no se escandalice de mí”.
La declaración de Jesús sobre Juan consta de tres preguntas dirigidas al público. Las dos primeras tienen una respuesta negativa: Juan no es un predicador oportunista ni in lujoso cortesano. La respuesta a la tercera es, sin embargo, positiva: Juan es un profeta, y más que un profeta, es el precursor del Mesías, es Elías, el que tenía que venir a prepararle el camino. La grandeza de Juan no estriba solamente en el vigor de su carácter, en la rectitud de su obrar, en la austeridad de su vida; está, ante todo y sobre todo, en la respuesta a su vocación de profeta y precursor del Mesías.
Juan es grande: no obstante, el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que él. Afirmación que no es fácil de entender pero en la que al menos una cosa está clara: pertenecer al reino de los cielos supera cualquier otra grandeza.

Los gestos liberadores

Las obras que Jesús presenta a los enviados de Juan Bautista no son gestos justicieros, sino servicio liberador a los que necesitan vida. El gesto que mejor revela su verdadera identidad es su tarea de curar, sanar y liberar la vida; así responde a la pregunta de Juan. Sus obras manifiestan quién es en toda su plenitud.
No estamos acostumbrados a descalificar o arrinconar apresuradamente cualquier gesto de acogida, servicio personal o presencia solidaria junto a los desvalidos, como una actitud sospechosa de reformismo, incapaz de renovar nuestra sociedad. Pensamos con ingenuidad que el pueblo nuevo, liberado y solidario, nacerá sólo del cambio de estructuras, de un vuelco radical, de un nuevo orden internacional. Hay, sin embargo, ciertos seres que lo que realmente necesitan para vivir y sentirse esperanzados, es simplemente un poco de ternura. En el Evangelio hay una teología de la ternura que siempre es curativa y liberadora. Se ejerce con palabras, con las manos, con los ojos, con el corazón…, y se concreta con caricias, besos, comidas en común, diálogos, contactos, abrazos… Son los verdaderos gestos liberadores. Si algo caracteriza la vida de Jesús de Nazaret es u amor apasionado a la vida. Es necesario luchar con firmeza y tenacidad contra toda forma de injusticia y opresión, desenmascarando los mecanismos sociales que las generan. Pero no es suficiente para liberar a los hombres y mujeres y hacer surgir el reino de Dios. Gestos liberadores son los que cargados de ternura y ofrecen un horizonte nuevo a las personas, como los de Jesús. Sólo éstos anuncian y hacen presente el Reino.

¡Dichoso el que no se escandalice de mí!

Sería monstruoso pensar en un Dios que se acerca a los hombres precisamente para agravar nuestra situación e impedir nuestra felicidad. Cuando Jesús, encarnación del mismo Dios, se presenta al Bautista lo hace como de alguien que ayuda a ver, que ofrece apoyo para caminar, que limpia nuestra existencia, que pone vida y Buena Noticia en nuestras vidas. Pero el Dios de la ternura y de la vida también puede defraudar. Hay personas que se han hecho un Dios a su imagen y semejanza y por nada del mundo quieren desprenderse de él. El Dios encarnado rompe sus parámetros. De ahí que el mismo Jesús dijera: ¡Dichoso el que no se escandaliza de mí!
Dios es siempre el mismo: perdón sin límite, comprensión en la debilidad, consuelo en la mediocridad, esperanza en la oscuridad, amistad en la solidad, ternura en la lucha, vida siempre. ¡Dichosos los que descubren que ser creyente no es odiar la vida sino amarla, no es bloquear o mutilar nuestro ser sino abrirlo a sus mejores posibilidades!

Elogio de Juan Bautista

Un hombre fiel a sí mismo y a su misión. Austero, firme, lleno de coraje y esperanza. Nada de lujoso cortesano, nada de predicador oportunista. Pero a la vez, un hombre solo, encarcelado, sin poder ejercer su misión, con la duda en las entrañas: “¿Eres tú el que tenía que venir o hemos de esperar a otro?”. Este es el Juan Bautista. Éste es el precursor. El elogio que Jesús hace de él nos revela qué es lo que cuenta para Dios y qué es lo que nos hace grandes en el Reino: Anunciar la Buena Noticia, preparar el camino del Señor. A pesar de nuestras dudas, de nuestras carencias, de nuestros falsos o desvirtuados ideales y esperanzas…, Jesús tiene su elogio para nosotros.

Siempre hay justificaciones

Para el que no quiere entrar en la dinámica del Reino siempre hay excusas al alcance de la mano. Se rechaza una actitud, se critica una propuesta y luego otra… Siempre hay motivos, justificaciones y excusas para quien no quiere cambiar ni convertirse. Es la prueba de la falta de sinceridad. Hoy diríamos “falta de voluntad política”, “falta de compromiso histórico”. Nada convence, todo es criticable. Los signos de los tiempos pierden su calidad de signos, pues los envolvemos en ambigüedad. La Buena Noticia pierde garantía y es un producto más. Hemos desabsolutizado las mediaciones, y hemos hecho bien. Pero al desabsolutizarlas las hemos trivializado en vez de buscar rasgos de verdad y de liberación que en ellas se nos ofrecían. Siempre hay justificaciones para no sentirse interpelado, para no entrar en la dinámica del Reino, para hacer lo que nos apetece.

Para la meditación:

Preguntar con ánimo de aprender. Preguntar como Juan Bautista.
Tener ojos, mente y corazón bien abiertos. Todos los sentidos para descubrir, ver, escuchar, palpar, gustar, sentir la Buena Noticia de Dios.
Discernir. Ver cuál es la mejor manera de esperar a Dios y su Reino. Cuál es la mejor manera de prepararse para recibirlo y de vivir cada día como si fuera Navidad o Pascua. Con alegría y esperanza.
Hablar bien de las personas. Aprender de Jesús que habló bien de Juan. Saber descubrir lo bueno y positivo, los brotes de justicia y fraternidad que hay en cada uno, en todos los que nos roden. Hacerlo es orar evangélicamente, como Jesús.
Dar gracias por los signos de vida. Por los que hay junto a nosotros y por los que se dan en otros lugares. Por lo que vemos y oímos. Por nuestra comunidad y el mundo. Por los que pertenecen a otros grupos y religiones. No escandalizarnos por la presencia y fuerza del bien, aunque éste nos supere y desconcierte.

jueves, 9 de diciembre de 2010

San Juan Diego



Primera Aparición (Nican Mopohua, vv. 3-13)

Sucedió que en el año 1531, a los pocos días del mes de diciembre, había un caballero indio, pobre pero digno, su nombre era Juan Diego, casa teniente, por lo que se dice, allá en Cuautitlán, y en lo eclesiástico, jurisdicción eclesiástica de Tlaltelolco.
Era sábado, muy de madrugada, Juan Diego, indio bautizado en la fe cristiana, iba a la enseñanza de la doctrina a Tlaltelolco, a oírla de los evangelizadores franciscanos, cuando, al llegar al costado del cerrito, en el sitio llamado Tepeyac, despuntaba el alba. En ese momento, oyó claramente cantar sobre el cerrito, como cantan diversos pájaros preciosos. Al interrumpir su gorjeo, como que les coreaba el cerro, sobremanera suaves, agradabilísimo, su trino sobrepujaba al del coyoltototl y del tzinitzcan y al de otras preciosas aves canoras. Se detuvo a ver Juan Diego. Se dijo:
¿Por ventura es mi mérito, mi merecimiento lo que ahora oigo? ¿Quizá solamente estoy soñando? ¿Acaso estoy dormido y sólo me lo estoy imaginado? ¿Dónde estoy? ¿Dónde me veo? ¿Acaso ya en el sitio del que siempre nos hablaron los ancianos, nuestros antepasados, todos nuestros abuelos: en su tierra florida, en la tierra de nuestro sustento, en su patria celestial?
Tenía fija la mirada en la cumbre del cerrito, hacia el rumbo por donde sale el sol, porque desde allí algo hacía prorrumpir el maravilloso canto celestial.
Y tan pronto como cesó el canto, cuando todo quedó en calma, entonces oyó que lo llamaban, de arriba del cerrito, le hablaban por su nombre: «– Mi Juanito, mi Juan Dieguito –». En seguida, pero al momento, se animó a ir allá donde era llamado. En su corazón no se agitaba turbación alguna, ni en modo alguno nada lo perturbaba, antes se sentía muy feliz, rebosante de dicha. Subió pues al montecito, fue a ver de dónde era llamado.

¡Señora y Niña nuestra!
Salve, tú que acogiste la idea india de leerte en las fechas,
Salve, tú que te revelaste como Madre en el monte materno,
Salve, tú que iniciaste tu diálogo con sublimes gorjeos,
Salve, tú que de los ancianos acoger quisiste la recia sabiduría.
Salve, tú que en uno uniste al cielo de tu Hijo ya la tierra florida de nuestros ancestros.
Salve, sol que al sol iluminas y del oriente naces,
Salve, Canto precioso, deleitable y suave, voz amorosa que por nombre nos llama.
Salve, color inédito de nuestra nueva raza.
Salve, tú que animaste a acudir al instante a tu hijo Juan Diego,
Salve, tú que de los corazones todo miedo remueves,
Salve, tú que eres la fuente de nuestra alegría.
Salve, tú que siempre a lo alto nos estás convocando.
Salve, ¡Flor de las flores!Salve

miércoles, 8 de diciembre de 2010

INMACULADA CONCEPCION DE MARIA


ANUNCIO DEL NACIMIENTO DE JESUS
Lucas 1, 26-38

La narración nos da primeramente los datos fundamentales de María: “Joven de Nazaret, prometida a un hombre de la estirpe de David, de nombre José”. A partir de aquí, se nos describe el acontecimiento siguiendo el esquema clásico del género literario de las anunciaciones:
· Saludo del enviado de Dios, en este caso Gabriel.
· Extrañeza y turbación de María, la elegida.
· El enviado invita a la tranquilidad y comunica el mensaje.
· Pregunta del elegido, en este caso María.
· Nueva explicación, seguida de la aceptación de la elegida y la retirada del enviado.

A pesar del paralelismo entre el anuncio de Jesús y el de Juan Bautista, Lucas pone de manifiesto una serie de contrastes con hondo significado teológico:

· En cuanto al lugar. El anuncio del nacimiento de Juan Bautista queda encuadrado en el marco solemne del “santuario”, o sea, en el Templo de Jerusalén. El de Jesús, en Nazaret, un pequeño lugar de Galilea, región paganizada. Nazaret no es nombrado jamás en el AT, no está ligado a promesa o expectación mesiánica alguna.
· En cuanto al destinatario. Aun cuando el mensajero es el mismo, el primer anuncio se dirige a Zacarías, hombre ligado a la institución religiosa, sacerdote, casado con Isabel, ambos irreprochables y que seguían escrupulosamente todos los mandatos y leyes del Señor; pero no tenían hijos porque Isabel era estéril, y los dos, eran de edad avanzada. El segundo mensaje se dirige a maría: mujer, joven/virgen, recién desposada pero sin convivir todavía con un hombre; a propósito de ella no se menciona ascendencia alguna; la nueva pareja se entronca con la estirpe de David, pero por línea masculina; no se habla de la observancia. A diferencia de Isabel, que había esperado en vano tener un hijo, María va a dar a luz cuando todavía no lo esperaba. María representa a los “pobres de Israel”, al Israel fiel a Dios y sin relevancia social.
· En cuanto a la actitud. Zacarías se sobresaltó y se llenó de miedo, se mostró incrédulo, pidió pruebas, no dio su consentimiento. ¡El Israel más religioso había perdido toda esperanza de liberación. María se turba al sentirse halagada; inmediatamente se pone a ponderar el sentido del saludo, tiene fe en las palabras del mensajero de no verlo humanamente viable, no pide pruebas o garantías, pregunta sencillamente el modo como esto puede realizarse y da su plena aprobación al anuncio del ángel.
· El paralelismo y contraste continúa entre Juan y Jesús. Ambos serán grandes. El primero será el más grande de los nacimientos de mujer por su talante ascético y su condición de profeta. Jesús en cambio, será grande por su filiación divina, por eso lo reconocerán como Hijo del altísimo. Y a diferencia de Juan Bautista, que va a recibir el Espíritu antes de nacer pero después de su concepción al modo humano, Jesús será concebido por obra del Espíritu, la fuerza creadora de Dios.

El saludo del ángel

“Alégrate/Salve” era el saludo normal de aquella época en griego. Es digno de resaltar, sin embargo, que la primera palabra de parte de Dios a los hombres, cuando el Salvador se acerca al mundo, es una invitación a la alegría.
El término “muy favorecida/agraciada/llena de gracia” y la expresión “Dios te ha concedido su favor” son equivalentes. La elección de Dios es siempre una gracia, un don, al quien nos plenifica. La elección de Dios no destruye ni nuestra libertad ni nuestro auténtico ser.
“El Señor está contigo” indica la elección y solicitud de Dios por un determinado personaje y asegura la destinatario la ayuda permanente de Dios para que lleve a cabo una misión humanamente imposible.
La presencia de Dios es siempre portadora de alegría y de paz, de ahí la invitación del ángel: “Tranquilízate”. Este saludo vale también para cada uno de nosotros puesto que somos elegidos de Dios y llevamos con nosotros a Jesús resucitado. Todo cristiano es, decían los padres apostólicos, “cristóforo”, portador de Cristo.

La buena noticia: quién es el que nace.

Jesús es descrito con los rasgos mesiánicos del AT: “Será grande, Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David su padre, reinará para siempre en la casa de Jacob, su reino no tendrá fin, lo llamarán Consagrado”. Lucas añade “Hijo de Dios” para describir la relación misteriosa que lo une al Padre. Una relación que, según Lucas, existe desde su nacimiento por obra del Espíritu. Jesús significa “SALVADOR”, “DIOS SALVA”. Dios cumple su promesa.

María da su consentimiento: “He aquí la esclava del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho”. La palabra “sierva, esclava” significa pertenecía a Dios. Condición que expresa disponibilidad en la aceptación de su voluntad. La Palabra de Dios es un don, pero éste deber ser admitido por la libertad humana. Dios sólo puede desplegar la fuerza del Espíritu a través de personas que se presten libremente a llevar a término su proyecto sobre el ser humano, un proyecto abierto a la utopía. ¡No hay que confundir el proyecto de Dios con nuestros anhelos y previsiones!. María nos enseña a estar abiertos a la novedad y utopía de Dios.

La pequeñez y la humildad de María no le impiden entablar un dialogo con el enviado de Dios. Ella no se limita a escuchar y aceptar su anuncio, su fe es un acto libre, por ello requiere, desde saber cómo sucederá lo que es comunicado. La fuerza del Espíritu suscita en ella una participación activa; es la colaboración de alguien que se sabe en manos de Dios. El Sí a su maternidad nos comunica al Mesías. María ocupa, de este modo, su lugar en la historia de la salvación. La encarnación es fruto de la fuerza del Espíritu y de la disponibilidad de María.

domingo, 5 de diciembre de 2010

2° DOMINGO DE ADVIENTO




JUAN, el Precursor
Mt 3, 1-12

Juan Bautista fue un personaje importante, un guía carismático de un movimiento de corte popular. Su mensaje estaba centrado en la urgencia de la conversión. El bautismo, un rito de purificación a través del agua, frecuente en algunos grupos judíos, era el sello de esta conversión. La predicación de Juan Bautista tuvo gran éxito y atrajo a multitud de personas de todos los estratos sociales.
El comienzo de la vida pública de Jesús estuvo muy relacionado con el movimiento de Juan.
Para un paladar moderno resulta indigesto este individuo que practica una dieta a base de saltamontes y miel silvestre. Para hoy no sería un portavoz que tuviera acreditación. Ninguna empresa le confiaría sus relaciones públicas. Ninguna orden o comunidad le encargaría reclutar vocaciones. En muchos ámbitos eclesiásticos crearía, más que otra cosa, situaciones incomodas. Además aparece en el desierto, no en el templo. Y pregona a todos los que acuden la conversión, el cambio de vida. No trata de agradar, lisonjear o desencadenar aplausos.

Juan, reconociendo la fuerza del que viene detrás de él y su bautizar con el Espíritu y fuego, no hace sino proclamar la condición mesiánica de Jesús. La fortaleza y el don del Espíritu son prerrogativas, tal como lo habían anunciado los antiguos profetas.
Mateo es el único que presenta a Juan con rasgos más cristianos. Resume la predicación del Bautista con las mismas palabras que resumiría más adelante la predicación de Jesús: “Conviértanse, porque está cerca el reino de los cielos”; así su presencia inaugura la llegada del reino de Dios y es un signo evidente de ella.

“Conviértanse”. Algunos textos, en vez de traducir la palabra griega “matanoia” por conversión, lo hacen por arrepentimiento o enmienda. La metanoia se corresponde mejor con la expresión española “cambio de vida”. La conversión/metanoia no puede confundirse con el simple cambio de vida o con un cambio superficial, o con el mero hecho de confesarse o reconocer lo negativo. Es un cambio radical y total, que afecta a todo nuestro ser y a todas las dimensiones de nuestra existencia y que nos lleva a vivir y obrar de cara al Dios justo. Es volverse hacia Dios y, como Él, obrar la verdad, la justicia y el amor.

“No se hagan ilusiones pensando que Abraham es su padre”. No hay privilegios para nadie. Ni siquiera el ser hijos de Abraham, cosa de la que se gloriaba todo israelita, libra de practicar la justicia y convertirse. No es la raza lo que cuenta, ni la simple pertenencia institucional a esto o lo otro. Extendiendo esta idea, diremos que tampoco da privilegio alguno el ser cristiano, estar bautizado, participar en el culto eclesial, recibir los sacramentos, pertenecer a una comunidad, etc. Lo que Juan predica, lo que el Reino pide, es la conversión.

“Den el fruto que corresponde a la conversión”. La verdadera conversión se manifiesta, ante todo, en los frutos. El fruto va más allá de la mera carencia del mal o pecado. El fruto es la expresión de un nuevo estilo de vida. No basta con no hacer mal; es necesario hacer el bien, practicar la justicia, dar frutos de conversión.

“El juicio de Dios”. Las referencias “al castigo inminente, al hacha, al ser cortado y echado al fuego”, así lo muestran, Juan lo que anuncia y proclama es, sobre todo, la justicia de Dios hecha realidad, el juicio de Dios. En la Biblia, hablar de justicia/juicio de Dios, no es tanto hablar de castigo cuanto la liberación y salvación. Que Dios sea justo, como repiten una y otra vez los profetas, quiere decir que es liberador, que hace justicia a los pobres, que exige se respete el derecho de los pequeños y oprimidos, que es recto y no se deja sobornar por la palabra engañosa o el culto al vacio. Por eso, al juicio/castigo de Dios, hay quien lo teme porque pone al descubierto la vaciedad y falsedad de sus criterios y vida, y hay quien lo anhela, porque Él le libera, le salva y le da dignidad para vivir.

“Yo los bautizo con agua… Él los bautizará con Espíritu Santo y fuego”. Para comprender estas palabras hemos de adentrarnos en su simbolismo y en la expectación en que vivía entonces el pueblo de Israel. Existía la creencia generalizada de que pronto Dios enviaría a su Ungido (=Mesías), el cual instauraría el reino de Dios. De ahí, que Juan se presente como el precursor que prepara el camino a uno más fuerte que él: el Mesías, el Señor: el Mesías sumergirá a la humanidad, no en las aguas del Jordán, sino en la profundidad de Dios, simbolizado por el Espíritu (=viento) y el fuego. En la Biblia, la salvación es presentada frecuentemente como un viento o soplo divino (eso es lo que quiere decir “espíritu”) que permite separar lo bueno de lo malo, como el viento permite aventar la parva y separar el grano de la paja. También los profetas compararon a Dios y su justicia con el fuego. El fuego quema la paja, lo que no tiene consistencia, y purifica todo lo demás. El viento y el fuego (dos símbolos que aparecen en Pentecostés cuando el Espíritu desciende sobre los apóstoles; son símbolos de Teofanía o manifestación de Dios al ser humano. Así, el ser humano, ante la irrupción de Dios y su Reino, se queda desnudo. Podrán intentar acallar el silbido del viento o apagar la llama del fuego, pro no lo logrará. El Mesías actuará con su poder y justicia. Y su juicio pondrá al descubierto lo que cada uno es.

La afluencia masiva del pueblo hacia el desierto, hacia la voz del profeta que grita algo nuevo al margen de las instituciones, muestra seducción de la Palabra de Dios cuando se proclama al desnudo y en directo. El Evangelio, ayer y hoy, se niega a ser domesticado o manipulado por los “fariseos” (observantes de la Ley y cumplidores rituales de tradiciones) o por los “saduceos” (clase dominante que acapara el dinero y el poder).

Reflexionamos:
Escuchar las voces que claman en el desierto. Hoy, un grito estridente y doloroso resuena e nuestro mundo. Es el clamor de los pobres, los indefensos, los atropellados por la injusticia, los ancianos, los humillados, los manipulados, los emigrantes, los que carecen de trabajo… Es una voz que nos urge a preparar el camino del Señor, socializando más nuestra vida y cambiando estructuras. Es una voz que nos habla de allanar, enderezar, igualar para que el reino de Dios se acerque, para que todos podamos ver la salvación de Dios. ¿Se puede orar es escuchar esas voces?
Escuchar el mensaje de Juan Bautista. No valen las justificaciones, ni el hacerse ilusiones. De poco sirve quedarse en las palabras. Hemos de dar dignos frutos de conversión. Y éstos se notan, manifiestan una realidad personal y social, un cambio visible, un cambio que llama la atención de nosotros mismos y de los demás. Escuchar las palabras de Juan Bautista y dejarse seducir por la Palabra de Dios, y dejarnos interpelar por nuestros propios cambios y frutos, eso es orar.
Ver cómo voy vestido. Fijarme y tomar conciencia de cómo visto y como, de dónde vivo, de todo lo que tengo de superfluo e innecesario… darme cuenta de mi aspecto externo y también de mi interior. De los lugares y personas que frecuento y también de los que evito. Ver si uso máscaras y disfraces. Y el por qué de ello. Mirarme y dejarme mirar. No engañarme. Orar es entrar dentro de nosotros acompañados por Dios para conocernos y convertirnos.
Ser profeta. El profeta cristiano siempre habla en nombre de Dios, no en nombre propio. El precursor siempre habla en nombre del que viene. Ver en nombre de quién hablo yo. Ver si hago de precursor o vivo escondido. Ver si mi voz clama ante la injusticia o calla por miedo. Orar es ejercitarse como profeta y precursor, aquí y ahora, en este lugar en el que estoy y vivo. Orar es aprender de Juan Bautista… Empezar a decir las verdades que hieren, las verdades que curan y salvan.
Acercarme al agua o/y al fuego. Experimentar el poder purificador de ambos. Lavarme y sentirme limpio y fresco; acercarme al fuego y sentirme acrisolado y con vida. Ver ambas cosas como algo simbólico que me acerca a Dios. Agradecer los símbolos, los sacramentos, todo lo que me lo revela o me acerca a Él.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Intenciones del Santo Padre




La intención general del Apostolado de la Oración del Papa para el mes de diciembre:

“Para que la experiencia del sufrimiento sea ocasión para comprender las situaciones de malestar y de dolor de las personas solas, enfermos y ancianos, y estimule a todos a salir a su encuentro con generosidad“.

Su intención misionera: “Para que los pueblos de la tierra abran las puertas a Cristo y a su Evangelio de paz, fraternidad y justicia“.