domingo, 20 de febrero de 2011

7° DOMINGO DURANTE EL AÑO


Mateo 5, 38-48


Tensión entre el Evangelio y ley: nueva escala de valores

Las palabras de Jesús tienen siempre la novedad y la frescura intacta de un manantial. A veces resultan desconcertantes y hasta provocativas, porque trompen lo convencional y lo comúnmente establecido, lo que más se estila o lo que más nos apetece. Por eso, cuando uno se detiene ante ellas, e intenta escuchar u rumor o su eco nunca acallado, entonces surgen las preguntas: ¿Hasta qué punto son razonables? ¿Cómo hay que entenderlas? ¿Nos resultan anacrónicas e inapreciables? ¿Están realmente dichas para un mundo real? ¿Son realmente un mensaje liberador y esperanzado? ¿Sirven para algo en este nuestro mundo?

Estas y otras preguntas hieren nuestra conciencia cristiana, si nos enfrentamos con honestidad y franqueza en este texto evangélico. ¿Cómo entender en una sociedad tan tensa y agresiva como la nuestra eso de presentar la otra mejilla o amar al enemigo? Y, sin embargo, estamos tocando lo que constituye el núcleo más original y específico del Evangelio de Jesús. En el fondo se nos propone la superación y el cambio de la escala de valores que regulaba la vida de aquella sociedad y, tal vez, también de la nuestra. Ahí es nada. Como para no sentirnos desconcertados y provocados…

Amar sin medida. Para entender la novedad de las palabras de Jesús hace falta conocer la ley y las costumbres de aquella época. El pueblo de Israel ya conocía el mandato del amor. En los libros sagrados se dice “Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas”; “no serás vengativo ni guardarás rencor a tus conciudadanos; amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Dt 6,5; Lev 18, 18). Pero este mandato estaba condicionado por las leyes y costumbres de la época, como la ley del Talión (ojo por ojo, diente por diente…). En el mundo de hace más de dos mil años ésta no era una ley de violencia, sino todo lo contrario: era una forma de frenar la violencia, poner límite a la venganza y hacer posible la convivencia, exigiendo que el castigo nunca sobrepasa la ofensa. En este ambiente, Jesús propone otro camino.

La ley del Talión no tiene sentido, porque con la llegada del Reino se hace presente el amor de Dios, un amor comprensivo y sin medida; un amor que rompe las leyes de la correspondencia, porque Dios nos ama antes de lo que lo merezcamos. Al instinto de venganza opone Jesús la no violencia como actitud activa; a la brutalidad, la bondad; al egoísmo, la generosidad. Los ejemplos que se citan pertenecen a la vida cotidiana, y pueden ser ampliados a otras muchas situaciones y ocasiones.

“…Pues yo les digo, amen a sus enemigos y oren por los que los persiguen”. Nos explica el alcance y el fundamento del amor y de este nuevo estilo de vida que Jesús propone. El amor cotidiano es un amor que no puede quedar reservado al círculo de los más cercanos, a los de mi grupo, a los de mi familia, a los que los aman, sino que alcanza incluso a los enemigos. Es un amor sin fronteras y sólo puede entenderse como expresión del amor de Dios, que es para todos. Los discípulos deben amar así, porque así es como ama Dios. Éste será su signo distintivo.

Las palabras finales “Ustedes sean buenos con todos, como es bueno su Padre del cielo”, son la clave para entender lo que Jesús propone. A imagen de Dios cada uno hemos de ser buenos, justos y no poner barreras al amor.

No es extraño que las palabras de Jesús resuenen en nuestra sociedad como un grito ingenuo además de discordante. Y, sin embargo, quizá sean las palabras que más necesitamos escuchar todos cuando, sumidos en la perplejidad, no sabemos qué hacer para arrancar la violencia de nuestro entorno, de nuestra sociedad, de nuestro mundo. El Evangelio de Jesús de hoy no plantea soluciones técnicas a nuestros conflictos, pero sí para descubrirnos en qué actitud debemos abordarlos.

El otro no es sólo “enemigo”. Es un ser humano, alguien que sufre y goza, que busca y espera. Alguien que salió de las manos del Padre para disfrutar un día de la vida plena. El “enemigo” empieza a ser otra cosa de lo que nosotros vemos en él cuando lo contemplamos sencillamente como persona. “Amar al enemigo” no es introducirlo en el circulo intimo de nuestras amistades, pero sí aceptarlo como persona, como hermano, aunque haya perdido el derecho a ser tratado con justicia y humanidad. “Amar al enemigo” no significa tolerar las injusticias y retirarse cómodamente de la lucha contra el mal. Lo que Jesús ha visto con claridad es que no se lucha contra el mal y no se construye Reino cuando se destruye a las personas. Hay que combatir la injusticia y el m al sin buscar la destrucción del adversario.

No es la ostentación de sentimientos ni el uso de palabras afables el mejor criterio para verificar el amor cristiano, sino el comportamiento solícito por el otro. Por lo general, un servicio humilde al necesitado encierra, casi siempre, más amor que muchas palabras efusivas. Pero se ha insistido, a veces, de tal manera en el esfuerzo de la voluntad, que hemos llegado a privar a la caridad de su contenido afectivo. Y, sin embargo, el amor cristiano, que nace de lo profundo de la persona, y que quiere ser reflejo y expresión del amor del Padre que hace salir el sol sobre buenos y malos y manda la lluvia sobre justos e injustos, no se contenta con hacer el bien; inspira y orienta, no sólo la voluntad, también los sentimientos, y se traduce en afecto cordial, en misericordia.

Amar al prójimo es hacerle bien, pero significa también aceptarlo, respetarlo, descubrir lo que hay en él de amable, hacerle sentir nuestra acogida y amor. Jesús insiste en desplegar esta cordialidad no sólo ante el amorgo o la persona agradable, sino incluso ante quien nos rechaza. “Si saludan sólo a sus amigos…” ¿qué hacen de extraordinario?”. Son palabras suyas que nos revelan su sentido de ser el talante que anhela y nos propone para el Reino.

Reflexionamos y oramos…

Exponerse a la palabra. La Palabra de Dios nunca nos deja indiferente. Es Buena Noticia engendradora de vida. Orar es exponerse a su Palabra, sólo exponerse, Dios hará lo otro.
Aprender a ser hijos y a ser hermanos. Es el reto de toda persona que escucha y acoge la Buena Noticia. Reto que nos desinstala siempre.
Revisar nuestra escala de valores. No siempre hemos construido en compañía de Jesús. Orar es revisar nuestra escala de valores o nuestra mochila, para sentirnos ligeros de equipaje, o con yugo suave…, libres y alegres.
Dejarnos amar por Dios, Padre-Madre, que nos cuida, nos guía, nos abraza. Estar, acoger, aceptar.
Amar como Él. Saliendo de nosotros mismos y de nuestro entorno. Pedir a Dios los ritmos de su querer. Ir más allá de la cordialidad, la ingenuidad y el conformismo.

domingo, 30 de enero de 2011

4°DOMINGO DURANTE EL AÑO



LAS BIENAVENTURANZAS



Las bienaventuranzas son la síntesis de la vida cristiana. Las palabras de Jesús tienen un marco solemne. Habla desde el monte, lugar tradicional de la manifestación de Dios, y sentado cerca de sus discípulos, rodeado de la multitud que le siguen, y en actitud de enseñar.
Los destinatarios son todos. Somos todos.

Son como un resumen de lo que viene después. Se soporta en un estilo literario muy conocido en la tradición sapiencial judía (Sal 1, 1; 33, 12; Prov. 3, 3) y utilizando otras veces por Jesús. Mateo va señalando pistas que conducen a la verdadera felicidad. Los que viven según el estilo del Reino y encarnan estas actitudes (es decir, los que practican la justicia), aunque sean perseguidos, serán dichosos y tendrán su recompensa en Dios.

Los gritos de alegría de Jesús por la llegada del Reino de Dios y la liberación que viene de Jesús, fueron interpretadas en las comunidades de Mateo como orientaciones para la conversión y el cambio de vida que exige dicho acontecimiento.

En cada bienaventuranza existe una tensión entre la situación presente y la que está a punto de brotar. Los pobres, los que sufren, los que tienen hambre, los misericordiosos van a ver cambiada su suerte. La actual situación no es querida por Dios.

Las bienaventuranzas declaran dichosas las personas a personas consideradas malditas y desgraciadas. La primera de ellas resume de algún modo las demás: llama dichosos a los pobres de espíritu a los que han puesto la confianza sólo en Dios, y al mismo tiempo invita a adoptar esa actitud a todos los que quieran tener parte en el Reino. Jesús no proclama a los pobres “dichosos” por el hecho de ser pobres, ni menos aún señala la pobreza como un ideal de vida. La dicha de los pobres radica en el mismo hecho de que ya ha llegado para ellos el Reino de Dios y en que Dios los ama.

Las bienaventuranzas son una proclamación mesiánica, un anuncio de que el Reino de Dios ha llegado. Los profetas había descripto el tiempo mesiánico como el tiempo de los pobres, los hambrientos, perseguidos y los inútiles iban a sentirse ricos, saciados, respetados, útiles.

Jesús proclama que ese tiempo ha llegado, de ahí la alegría y el gozo sean algo fundamental en las bienaventuranzas. No son una ley, ni un código, ni una norma moral: son Evangelio, anuncio gozoso de la realización del Reino.

Jesús proclama que ha llegado el tiempo mesiánico y es para todos. Ante el amor de Dios no hay próximos y lejanos, no hay marginados. No van dirigidos a individuos aislados o a una elite de consagrados, sino a los creyentes, a todos los discípulos de Jesús.
Jesús las proclamó y las vivió. Por eso, la proclamación de las bienaventuranzas van precedida de un sumario de su actividad: le rodeaban enfermos de toda clase, de diversos males, endemoniados, epilépticos, paralíticos y él los curaba.

Quienes viven con el Maestro, quienes viven las actitudes del Reino, quienes viven las bienaventuranzas, serán injuriados y perseguidos. La persecución es señal tarde o temprano acompañan a los que entran en la dinámica del Reino y trabajan por él.

Dios no es apático. Dios sufre donde sufre el amor. Por eso, el futuro proyectado por Dios pertenece a esos hombres y mujeres que sufren porque apenas hay lugar para ellos en el corazón de los hermanos y en esta sociedad.

Vivimos un mundo cada vez más apático, en el que está creciendo la incapacidad para percibir el sufrimiento ajeno, la incapacidad de sufrir. La organización de la vida moderna parece ayudar a encubrir la miseria y la soledad de la gente y ocultar el sufrimiento hondo de las personas. En medio de esta sociedad se hace todavía más significativo el mensaje de las bienaventuranzas y la fe cristiana en un Dios crucificado que ha querido sufrir junto a los abandonados de este mundo.

Todos sabemos por experiencia, que la vida está sembrada de problemas y conflictos. Pero a pesar de todo podemos decir que la “felicidad interior” es uno de los mejores indicadores para saber si una persona está acertando en el difícil arte de vivir. Se puede afirmar incluso que la verdadera felicidad no es sino la vida misma cuando es vivida con acierto y plenitud.

Nuestro problema consiste en que la sociedad actual no programa para buscar la felicidad por caminos equivocados, que casi inevitablemente nos conducirán a vivir de manera desdichada.

Las bienaventuranzas nos invitan a preguntarnos si tenemos la vida bien plantada o no. ¿Qué sucedería en mi vida si yo acertara vivir con un corazón más sencillo, sin tanto afán de seguridad, con más limpieza interior, más acento a los que sufren, con la confianza en un Dios que me ama de manera incondicional?

Nadie sabe dar una respuesta totalmente convincente y clara cuando se nos pregunta sobre la felicidad: ¿Qué es? ¿Cómo alcanzarla? ¿Por qué caminos? No se logra la felicidad de cualquier manera, la felicidad no se compra. Por eso hay personas tristes a pesar de que cada día hay más ofertas y caminos para ser feliz.

Entonces, en qué creer: en las Bienaventuranzas de Jesús o en los reclamos de nuestra sociedad? Uno se va haciendo creyente cuando va descubriendo prácticamente qu somos más felices cuando amamos. Es una equivocación pensar que el cristiano está llamado a vivir renunciando y sacrificándose más que los demás, de manera más feliz que los otros.

Ser cristiano, es buscar la felicidad, una felicidad que comienza aquí, y que alcanzará su plenitud final con Dios.

Si las bienaventuranzas aparecen como Buena Noticia quiere decir que su mensaje no es algo vacio o hueco, sino una realidad presente en nuestra sociedad.

Hay en nuestro mundo frutos y signos de la Buena Noticia del Reino. Hemos de ser capaces de descubrirlos. Quien no percibe los signos del Reino ya presente no puede experimentar su cercanía, ni seguir creyendo en su radical utopía de amor, justicia, paz, fraternidad, verdad, solidaridad, pues, sólo desde la experiencia se puede creer.

domingo, 16 de enero de 2011

2° DOMINGO DURANTE EL AÑO




Tiempo ordinario (A) Juan 1, 29-34



HAMBRE DE ESPIRITUALIDAD
JOSÉ ANTONIO PAGOLA





ECLESALIA, 12/01/11.- Las primeras generaciones cristianas sabían muy bien que "bautizarse" significa literalmente sumergirse en el agua, bañarse o limpiarse. Por eso, diferenciaban muy bien el "bautismo de agua" que impartía el Bautista en las aguas del Jordán y el "bautismo de Espíritu Santo" que reciben de Jesús.

El bautismo de Jesús no es un baño corporal que se recibe sumergiéndose en el agua, sino un baño interior en el que nos dejamos empapar y penetrar por su Espíritu, que se convierte dentro de nosotros en un manantial de vida nueva e inconfundible.

Por eso, los primeros cristianos bautizaban invocando el nombre de Jesús sobre cada bautizado. Pablo de Tarso dice que los cristianos están bautizados en "Cristo" y, por eso, han de sentirse llamados a "vivir en Cristo", animados por su Espíritu, interiorizando su experiencia de Dios y sus actitudes más profundas.

No es difícil observar en la sociedad moderna signos que manifiestan un hambre profunda de espiritualidad. Está creciendo el número de personas que buscan algo que les dé fuerza interior para afrontar la vida de manera diferente. Es difícil vivir una vida que no apunta hacia meta alguna. No basta tampoco pasarlo bien. La existencia termina haciéndose insoportable cuando todo se reduce a pragmatismo y frivolidad.

Otros sienten necesidad de paz interior y de seguridad para hacer frente a sentimientos de miedo y de incertidumbre que nacen en su interior. Hay quienes se sienten mal por dentro: heridos, maltratados por la vida, desvalidos, necesitados de sanación interior.
Son cada vez más los que buscan algo que no es técnica, ni ciencia, ni ideología religiosa. Quieren sentirse de manera diferente en la vida. Necesitan experimentar una especie de "salvación"; entrar en contacto con el Misterio que intuyen en su interior.

Nos inquieta mucho que bastantes padres no bauticen ya a sus hijos. Lo que nos ha de preocupar es que muchos y muchas se marchan de nuestra Iglesia sin haber oído hablar del "bautismo del Espíritu" y sin haber podido experimentar a Jesús como fuente interior de vida.

Es un error que en el interior mismo de la Iglesia se esté fomentando, con frecuencia, una espiritualidad que tiende a marginar a Jesús como algo irrelevante y de poca importancia. Los seguidores de Jesús no podemos vivir una espiritualidad seria, lúcida y responsable si no está inspirada por su Espíritu. Nada más importante podemos hoy ofrecer a las personas que una ayuda a encontrarse interiormente con Jesús, nuestro Maestro y Señor.

domingo, 9 de enero de 2011

BAUTISMO DE JESUS


Andaba San Juan Bautista por las orillas del Jordán bautizando y exhortando a penitencia, cuando llegó a él el Salvador del mundo, de treinta años de edad. Al acercarse al Bautista, conoció éste, por luz sobrenatural, que el que venía a pedirle el bautismo era el Mesías verdadero; y así, al ver al Salvador, exclamó: Pues qué, Senior, ¿Vos venís a mí a ser bautizado, cuando debo yo ser bautizado de Vos? EL Señor le contestó que convenía sujetarse a los decretos de la divina Sabiduría. Se abrió el Cielo y vio San Juan que el Espíritu Santo bajaba sobre Jesucristo en figura de paloma, y al mismo tiempo oyó una voz que decía: Este es mi Hijo querido, en el que tengo Yo todas mis complacencias.


Bautizándose Jesús, nos enseñó la necesidad del bautismo para todos, y además su humildad; autorizó el bautismo del Bautista; el Espíritu Santo declaró la divinidad del Salvador, y por último, santificó las aguas habilitándolas para redimir los pecados.

jueves, 6 de enero de 2011

EPIFANIA DEL SEÑOR


Epifanía significa "manifestación". Jesús se da a conocer. Aunque Jesús se dio a conocer en diferentes momentos a diferentes personas, la Iglesia celebra como epifanías tres eventos:

Su Epifanía ante los Reyes Magos (Mt 2, 1-12)

Su Epifanía a San Juan Bautista en el Jordán

Su Epifanía a sus discípulos y comienzo de Su vida pública con el milagro en Caná.

La Epifanía que más celebramos en la Navidad es la primera.

La fiesta de la Epifanía tiene su origen en la Iglesia de Oriente. A diferencia de Europa, el 6 de enero tanto en Egipto como en Arabia se celebraba el solsticio, festejando al sol victorioso con evocaciones míticas muy antiguas. Epifanio explica que los paganos celebraban el solsticio invernal y el aumento de la luz a los trece días de haberse dado este cambio; nos dice además que los paganos hacían una fiesta significativa y suntuosa en el templo de Coré. Cosme de Jerusalén cuenta que los paganos celebraban una fiesta mucho antes que los cristianos con ritos nocturnos en los que gritaban: "la virgen ha dado a luz, la luz crece".

Entre los años 120 y 140 AD los gnósticos trataron de cristianizar estos festejos celebrando el bautismo de Jesús. Siguiendo la creencia gnóstica, los cristianos de Basílides celebraban la Encarnación del Verbo en la humanidad de Jesús cuando fue bautizado. Epifanio trata de darles un sentido cristiano al decir que Cristo demuestra así ser la verdadera luz y los cristianos celebran su nacimiento.

Hasta el siglo IV la Iglesia comenzó a celebrar en este día la Epifanía del Señor. Al igual que la fiesta de Navidad en occidente, la Epifanía nace contemporáneamente en Oriente como respuesta de la Iglesia a la celebración solar pagana que tratan de sustituir. Así se explica que la Epifanía se llama en oriente: Hagia phota, es decir, la santa luz.

Esta fiesta nacida en Oriente ya se celebraba en la Galia a mediados del s IV donde se encuentran vestigios de haber sido una gran fiesta para el año 361 AD. La celebración de esta fiesta es ligeramente posterior a la de Navidad.

Los Reyes Magos

Mientras en Oriente la Epifanía es la fiesta de la Encarnación, en Occidente se celebra con esta fiesta la revelación de Jesús al mundo pagano, la verdadera Epifanía. La celebración gira en torno a la adoración a la que fue sujeto el Niño Jesús por parte de los tres Reyes Magos (Mt 2 1-12) como símbolo del reconocimiento del mundo pagano de que Cristo es el salvador de toda la humanidad.

De acuerdo a la tradición de la Iglesia del siglo I, se relaciona a estos magos como hombres poderosos y sabios, posiblemente reyes de naciones al oriente del Mediterráneo, hombres que por su cultura y espiritualidad cultivaban su conocimiento de hombre y de la naturaleza esforzándose especialmente por mantener un contacto con Dios. Del pasaje bíblico sabemos que son magos, que vinieron de Oriente y que como regalo trajeron incienso, oro y mirra; de la tradición de los primeros siglos se nos dice que fueron tres reyes sabios: Melchor, Gaspar y Baltazar. Hasta el año de 474 AD sus restos estuvieron en Constantinopla, la capital cristiana más importante en Oriente; luego fueron trasladados a la catedral de Milán (Italia) y en 1164 fueron trasladados a la ciudad de Colonia (Alemania), donde permanecen hasta nuestros días.

El hacer regalos a los niños el día 6 de enero corresponde a la conmemoración de la generosidad que estos magos tuvieron al adorar al Niño Jesús y hacerle regalos tomando en cuenta que "lo que hiciereis con uno de estos pequeños, a mi me lo hacéis" (Mt. 25, 40); a los niños haciéndoles vivir hermosa y delicadamente la fantasía del acontecimiento y a los mayores como muestra de amor y fe a Cristo recién nacido

(Extraido de AciPrensa)

domingo, 2 de enero de 2011

SEGUNDO DOMINGO DE NAVIDAD


Prólogo al evangelio de San Juan (GEP, 1998)


Lectura del santo Evangelio según san Juan 1, 1-18:


Al principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios. Al principio estaba junto a Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio del Verbo y sin él no se hizo nada de todo lo que existe. En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibie­ron. Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. El no era la luz, sino el testigo de la luz. El Verbo era la luz verdadera que, al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. El estaba en el mundo, y el mundo fue hecho por medio de él, y el mundo no lo conoció. Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron. Pero a todos los que lo recibieron, a los que creen en su Nombre, les dio el poder de llegar a ser hijos de Dios. Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Y nosotros hemos visto su gloria, la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad. Juan da testimonio de él, al declarar: «Éste es aquel del que yo dije: El que viene después de mí me ha precedido, porque existía antes que yo.» De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia: porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que está en el seno del Padre.


SERMÓN

Desde la tierna humildad del pesebre de Belén y el bebe dormido en los brazos de su madre, Juan hoy nos sacude y nos eleva al centro mismo del misterio que Navidad conmemora.
El pequeño hijo de María no es otro que Aquel que desde la eternidad es palabra del Padre.
En el principio era el Verbo. "In principio erat Verbum", dice el latín. "En arjé ên 'o logos" , el griego. "Bereshit haïa ha dabar" , el hebreo.


Es claro que la palabra ' verbo '', para nosotros, que hemos estudiado gramática y repetido trabajosamente pluscuamperfectos, subjuntivos e imperativos, nos habla más de maestras con su lápiz colorado marcando los errores de nuestros cuadernos que de lo que el término quiere decir en labios de San Juan.

Por eso algunos prefieren traducir "En el principio era la Palabra ". Pero tampoco el término palabra vierte bien el significado. 'Palabra', para nosotros, es el sonido proferido o dibujado en letras. De palabras vacías puro ruido o pura tinta está lleno el mundo.
La verdad es que no hay término español adaptado para verter el vocablo 'logos' del griego original, ni verbo, ni palabra. Porque 'Logos' no solo quiere decir palabra exterior, sino sobre todo la idea interior, que es expresada, luego, en sonido o grafía. Antes que nada 'logos' es pensamiento; de allí vienen los vocablos 'lógica' o, por ejemplo, teo-logía, la ciencia sobre Dios, o bio-logía, la ciencia de la vida.

De tal modo que desde el griego más aproximadamente habría que traducir "En el principio era el pensamiento", o "la idea". Pero tampoco esta sería una traducción exacta, porque la idea de por si puede ser un pensamiento abstracto y estático que queda en la mente del que lo piensa y nunca surge en forma de acción, o en términos mediante los cuales se comunique.
Al significado griego del texto en que nos ha llegado el evangelio, habría que añadir, si queremos entender a Juan que pensaba como judío, el sentido del hebreo subyacente 'dabar'. Y 'dabar' en hebreo hace referencia no solo a la palabra o a la idea, sino al acto mismo de decir, hablar o pensar. Pero pensar no para uno mismo, sino pensar 'para alguien' o 'para algo'. Tanto es así que 'dabar' también puede significar la misma cosa pensada. Así, aunque dabar designe el pensamiento, la idea interior, o mejor dicho el acto de pensarla o idearla, siempre connota una extroversión, comunicación, plasmación de esa idea para darla a otro. La traducción entonces tendría que rezar algo así: "Al principio era el decirse o el comunicarse ".


Por eso la palabra el dabar hebreo es, el que está detrás de la acción creadora de Dios. De hecho el prólogo del evangelio de Juan que hemos leído es una paráfrasis del antiguo poema de la creación que figura al inicio del Génesis. "En el principio creó Dios" y crea, precisamente por medio de la palabra, del logos, del dabar: "Y dijo Dios, sea la luz, y la luz existió". Por eso Juan continúa "Todas las cosas fueron hechas por medio del Verbo y sin él no existe nada de todo lo que existe ".

Así pues cuando se habla de que en el principio existía el Verbo, lo que quiere decir nuestro evangelio es ciertamente que el existir de Dios es pensamiento, sabiduría, pero de ninguna manera un pensamiento que se cierre sobre si mismo, una automeditación eterna, sino un existir personal que se extrovierte, que conscientemente se dice de tal manera que se plasma en otra persona, en el Verbo, en la palabra interior. Juan, en estos versículos sublimes de su evangelio, sienta las bases de lo que luego será en la teología trinitaria, la generación de la segunda Persona. Pero aquí lo que nos interesa es que este pensamiento sabio, luminoso, es el que estructura toda la realidad creada y la existencia misma del hombre, " el verbo era la luz verdadera que ilumina a todo hombre ". Con esto Juan nos habla de que detrás de la existencia del universo y de nuestras propias vidas no hay simplemente el caos, ni un agujero negro, ni la pura casualidad, ni la sola materia, sino un pensamiento sabio que estructura la realidad, le da sentido, nos llama a la existencia a cada uno por nuestro nombre y nos interpela mediante todo lo que sucede. Sosteniendo y manejando todo lo que existe y pasa, está el Verbo, el pensamiento, la palabra, no el absurdo. Pero además, Juan afirma, se trata de una palabra que se dirige a alguien, no que resuena en el vacío -como cuando hablan solos los locos-. La realidad dicha por Dios para hablarnos con ella. Dios nos habla a través de todo lo que crea por el Verbo, por su Palabra, desde las estrellas que brillan en la noche, hasta el problema que nos aqueja o el prójimo que aparece en nuestras vidas.

Que todo es creado por el Verbo nos dice, pues, de la estructura dialogal del universo: de un lado Dios hablándonos a través de su creación y su providencia; del otro, nosotros, abiertos o sordos a su palabra. No hay acontecimientos inertes o indiferentes, ni cosas mudas; todo es elocuencia de Dios, palabra de Dios que nos reclama. Y por lo tanto todo tiene sentido, significado, aún lo más supuestamente absurdo que pueda pasarnos, lo más aparentemente trágico, porque todo es manifestación del Verbo, sabiduría de Dios, aunque no siempre lo entendamos.

Y porque el hombre en el extravío de su ignorancia a veces se olvida del lenguaje de las cosas y los acontecimientos, y se hace obtuso para escuchar la palabra seductora de Dios hablándole en la realidad que lo rodea, por eso, al final Éste termina por hacerse plenamente transparente en Jesús, el Verbo, la palabra hecha carne.

El decir de Dios, plasmado de mil maneras en el universo y hasta en el más mínimo detalle de la vida de cada uno, se hace palabra clara, resumida, "abreviada" -como decía San Agustín- en el hijo de María. Todo lo que Dios puede hacer saber de si mismo al hombre lo dice en Jesús.


Jesús es la clave final del lenguaje de Dios en su creación. La gloria de Dios se hace visible en el hombre Cristo. Si había en la realidad estudiada por los científicos y los sabios algo inexplicado, si había, sobre todo en la vida humana, incoherencias inaceptables, como por ejemplo, el dolor y la muerte, que nos hacían difícilmente admisible que el mundo fuera creado por alguien bueno y sabio, ahora, mediante el Señor Jesús, se hace todo claro. ¡Hasta el mismo sufrir y el morir que, en El, se hacen camino de Resurrección!


Pero, al mismo tiempo, Jesús es el medio por el cual Dios nos eleva a su propia vida, haciéndonos su hijos. Porque Dios, que es palabra, Verbo, desde la eternidad, entrega mutua en el misterio trinitario, diálogo de amor, se hace entrega de si a los hombres en Jesús de Nazaret. Aceptarlo en la fe, entrar en diálogo con El, dejarnos 'ser dichos' por El, nos hace ingresar en el diálogo trinitario y, en el Hijo, ser también nosotros hijos de Dios.


El prólogo de Juan es, pues, la ilustración más cabal de lo que ha sucedido en Navidad y de lo que realmente tendría que suceder en nosotros si, viviendo en serio nuestra condición cristiana, asimilando el verbo, el dabar, el logos, la palabra de Dios hecha carne en nuestro propio ser y nuestra propia vida, -a la manera de María: "hágase en mi según tu palabra"- nos dejáramos decir, recrear, desde dentro, como verdaderos hermanos de Jesús y, por lo tanto, como hijos del Padre, llamados para siempre a compartir su gloria.
(Sermones de Navidad – Pbro. Gustavo Podestá)

Mensaje Jornada Mundial de la Paz


“La libertad religiosa, camino para la paz”, es el lema del Mensaje del Papa Benedicto XVI para la XLIV Jornada Mundial de la Paz, que se celebrará el 1 de enero de 2011. “Los cristianos son actualmente el grupo religioso que sufre el mayor número de persecuciones a causa de su fe. Muchos sufren cada día ofensas y viven frecuentemente con miedo por su búsqueda de la verdad, su fe en Jesucristo y por su sincero llamamiento a que se reconozca la libertad religiosa. Todo esto no se puede aceptar, porque constituye una ofensa a Dios y a la dignidad humana; además es una amenaza a la seguridad y a la paz, e impide la realización de un auténtico desarrollo humano integral .


En efecto, en la libertad religiosa se expresa la especificidad de la persona humana, por la que puede ordenar la propia vida personal y social a Dios, a cuya luz se comprende plenamente la identidad, el sentido y el fin de la persona. Negar o limitar de manera arbitraria esa libertad, significa cultivar una visión reductiva de la persona humana, oscurecer el papel público de la religión; significa generar una sociedad injusta, que no se ajusta a la verdadera naturaleza de la persona humana; significa hacer imposible la afirmación de una paz auténtica y estable para toda la familia humana”, afirma el Pontífice en su Mensaje con fecha del 8 de diciembre de 2010.

sábado, 1 de enero de 2011

SANTA MARIA, MADRE DE DIOS



La Solemnidad de Santa María Madre de Dios es la primer Fiesta Mariana que apareció en la Iglesia Occidental, su celebración se comenzó a dar en Roma hacia el siglo VI, probablemente junto con la dedicación –el 1º de enero– del templo “Santa María Antigua” en el Foro Romano, una de las primeras iglesias marianas de Roma.

La antigüedad de la celebración mariana se constata en las pinturas con el nombre de “María, Madre de Dios” (Theotókos) que han sido encontradas en las Catacumbas o antiquísimos subterráneos que están cavados debajo de la ciudad de Roma, donde se reunían los primeros cristianos para celebrar la Misa en tiempos de las persecuciones.

Más adelante, el rito romano celebraba el 1º de enero la octava de Navidad, conmemorando la circuncisión del Niño Jesús. Tras desaparecer la antigua fiesta mariana, en 1931, el Papa Pío XI, con ocasión del XV centenario del concilio de Éfeso (431), instituyó la Fiesta Mariana para el 11 de octubre, en recuerdo de este Concilio, en el que se proclamó solemnemente a Santa María como verdadera Madre de Cristo, que es verdadero Hijo de Dios; pero en la última reforma del calendario –luego del Concilio Vaticano II– se trasladó la fiesta al 1 de enero, con la máxima categoría litúrgica, de solemnidad, y con título de Santa María, Madre de Dios.

De esta manera, esta Fiesta Mariana encuentra un marco litúrgico más adecuado en el tiempo de la Navidad del Señor; y al mismo tiempo, todos los católicos empezamos el año pidiendo la protección de la Santísima Virgen María.

El Concilio de Éfeso

En el año de 431, el hereje Nestorio se atrevió a decir que María no era Madre de Dios, afirmando: “¿Entonces Dios tiene una madre? Pues entonces no condenemos la mitología griega, que les atribuye una madre a los dioses”. Ante ello, se reunieron los 200 obispos del mundo en Éfeso –la ciudad donde la Santísima Virgen pasó sus últimos años– e iluminados por el Espíritu Santo declararon: “La Virgen María sí es Madre de Dios porque su Hijo, Cristo, es Dios”. Y acompañados por todo el gentío de la ciudad que los rodeaba portando antorchas encendidas, hicieron una gran procesión cantando: "Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén".

Asimismo, San Cirilo de Alejandría resaltó: “Se dirá: ¿la Virgen es madre de la divinidad? A eso respondemos: el Verbo viviente, subsistente, fue engendrado por la misma substancia de Dios Padre, existe desde toda la eternidad... Pero en el tiempo él se hizo carne, por eso se puede decir que nació de mujer”.

Madre del Niño Dios

“He aquí la sierva del Señor, hágase en mí según tu palabra”
Es desde ese fiat, hágase que Santa María respondió firme y amorosamente al Plan de Dios; gracias a su entrega generosa Dios mismo se pudo encarnar para traernos la Reconciliación, que nos libra de las heridas del pecado.

La doncella de Nazareth, la llena de gracia, al asumir en su vientre al Niño Jesús, la Segunda Persona de la Trinidad, se convierte en la Madre de Dios, dando todo de sí para su Hijo; vemos pues que todo en ella apunta a su Hijo Jesús.

Es por ello, que María es modelo para todo cristiano que busca día a día alcanzar su santificación. En nuestra Madre Santa María encontramos la guía segura que nos introduce en la vida del Señor Jesús, ayudándonos a conformarnos con Él y poder decir como el Apóstol “vivo yo más no yo, es Cristo quien vive en mí”.