domingo, 28 de noviembre de 2010

1° DOMINGO DE ADVIENTO


EL SEÑOR VIENE. ESTEMOS ATENTOS.
Mt 24, 37-44

Los capítulos 24 y 25 constituyen el quinto y último discurso del Evangelio de Mateo, que suele llamarse discurso escatológico, porque nos habla de los últimos acontecimientos y definitivos, sobre el final de la historia y del mundo (eschaton=último, definitivo). Debido a que habla de la venida definitiva del Hijo del Hombre, con poder y gloria recibe, también, el nombre de discursos sobre la parusía (”parusía” significa “presencia” y equivale a la venida o manifestación gloriosa y definitiva del Señor). Otras veces, por el lenguaje e imágenes que usa, se le da el nombre de discurso apocalíptico (“apocalíptico” género literario en el que a través de visiones que hablan de tribulaciones y cataclismos cósmicos se nos revela la salvación y se proyecta ansiosamente la mirada hacia el futuro del que se espera llegue la liberación).

La finalidad del discurso escatológico no es describir el futuro sino orientar a los discípulos hacia él e invitarles a vivirlo en vigilancia. Jesús describe su venida definitiva como “la venida del Hijo del Hombre”

Este domingo responde a la pregunta por el cuándo. El momento es incierto y llegará en medio de la normalidad, se nos dice. De ahí la insistencia de estar atentos, vigilantes y vivir con lucidez.

Vivir con lucidez es la principal recomendación de Jesús en su discurso sobre el retorno del Hijo del Hombre. Es una llamada a vivir atentos a los signos de los tiempos, a no dejarnos de atrofiar por el activismo, la ligereza, la superficialidad y la incoherencia; a despertarnos a la fe con responsabilidad personal y social. Y es que el momento, por una parte incierto. “Nadie sabe nada… solo el Padre”, es una afirmación de continuo. Pero esta ignorancia sobre el día y la hora ha de conjugarse con la certeza de que el Hijo del Hombre vendrá en el momento más insospechado: llegará en medio de la normalidad, como el diluvio en tiempos de Noé sin señal alguna extraordinaria.

Los dos ejemplos que ilustran esta exhortación insisten en el descuido de los contemporáneos de Noé y del amo de la casa; en la llegada imprevista del diluvio y del ladrón, y en la ruina que provocan ambos acontecimientos. Lo mismo sucederá a la comunidad cristiana, si confiada en la tardanza de su Señor, se descuida y no vive en tensión de espera, en espera activa y comprometida.

A veces vivimos a la espera de algo extraordinario y sólo nos fijamos y estamos atentos a los acontecimientos que parecen romper la normalidad de la vida. Mientras tanto, nos afanamos por vivir y trabajar –como los contemporáneos de Noé que comían, bebían y se casaban, o los de Jesús que trabajaban en el campo o molían en casa- pero somos ajenos a lo que acontece desde Dios, a su juicio y a su venida en el diario vivir, a la verdadera historia de salvación. Vivimos y trabajamos, pero somos ajenos a la injusticia, al anhelo de paz, a los dolores de parto del mundo, a la insolidaridad, a la idolatría

“Estén en vela, estén preparados, vigilen” es la recomendación de Jesús. Esta actitud nada tiene que ver con el indagar curiosamente sobre el cómo y el cuándo; ni con un esperar pasivo que aguarda señales o acontecimientos sorprendentes. Y tiene mucho que ver con un estilo de vida que vive cada instante como don y señal de Dios; que se entera en la historia, de lo que acontece, y sabe discernirlo; que no se deja embaucar ni vive dormido ni ajeno a los signos de Dios. Es un vivir con lucidez, con hondura, tendiendo hacia el Reino, haciendo camino, madurando, acogiendo la salvación de Dios.

El vivir sin privaciones, la falta de compromisos duraderos, la perdida de horizonte, la incertidumbre ante el futuro, el desencanto político, la rigidez eclesial y otros factores, están haciendo nacer un hombre, una mujer, una persona sin metas ni referencias, espectadora pasiva de la historia, buscadora de su propia seguridad, individualista e insolidaria. Un ser humano que necesita escuchar urgentemente las palabras del Evangelio de hoy: “Vigilen, estén preparados.

Hay que vivir en esperanza y despertando en esperanza es nuestro llamado en este tiempo del Adviento. Es un programa de vida, un reto, una tarea. Minados por el pecado, la cobardía o la mediocridad, los cristianos nos encontramos sin fuerzas para generar esperanza, defraudando nuestra propia identidad y misión. Vivimos sin horizonte, sin futuro, sin objetivos adecuados. Más que gozar de nuestra liberación y esperar nuestra salvación y plenitud nos aferramos a lo que tenemos. La venida del Señor se nos presenta más como la di un ladrón que nos despoja que como la de un padre que nos plenifica. Y, sin embargo, lo que caracteriza al cristiano es una manera de enfrentarse a la vida desde la esperanza arraigada en Cristo. Se pierde esta esperanza lo pierde todo.

Esta esperanza no se basa en cálculos; no es el optimismo que puede nacer de unas perspectivas halagüeñas sobre el porvenir, tampoco se trata de un olvido ingenuo de los problemas. La esperanza cristiana es el estilo de vida de quienes se enfrentan a la realidad enraizada y edificada en Jesucristo. Sólo en la medida en que Cristo entra y orienta todas las dimensiones de nuestra vida, podemos decir que su venida es liberadora y salvadora. Sólo en la medida que Cristo tiene consistencia en nuestra vida podemos vivir de cara a Ël, anhelando la plenitud.

A pesar de nuestros problemas y carencias vivimos en una sociedad que tiene la patología de la abundancia. Uno de sus efectos graves y generalizados es la frivolidad: la ligereza en el planteamiento de los problemas más serios de la vida; la superficialidad que lo invade todo. Este cultivo de lo frívolo se traduce, a menudo, en incoherencias fácilmente detectables entre nosotros.

Se descuida la educación ética o se eliminan los fundamentos de la moral, y luego nos extrañamos por la corrupción de la vida pública. Se invita a la ganancia de dinero fácil, y luego nos lamentamos de que se produzca fraudes y negocios sucios. Se educa a los hijos en la búsqueda egoísta de su propio interés, y más tarde nos sorprende que se desentiendan de sus padres ancianos. Cada uno se dedica a lo suyo, ignorando a quien no le sirva para su interés o placer inmediato, y luego nos extrañamos de sentirnos terriblemente solos. Se trivializan las relaciones extramatrimoniales, y al mismo tiempo nos irritamos ante el sufrimiento inevitable de los fracasos y rupturas de los matrimonios. Nos alarmamos ante esa plaga moderna de la depresión, pero seguimos fomentando un estilo de vida agitado, superficial y vacio. Nos sentimos amenazados por las cifras corrientes del desempleo y al mismo tiempo nos aferramos a nuestro puesto de trabajo y hasta metemos horas extras por conservarlo. Hablamos de justicia y solidaridad, pero son pocos los que se replantean su estilo de vida y status social.

De la frivolidad sólo es posible liberarse despertando, reaccionando con vigor y aprendiendo a vivir de manera más lúcida. Éste es precisamente el rito del Evangelio de hoy; “vigilen, velen, estén preparados”. Nunca es tarde para escuchar la llamada de Jesús a vivir vigilantes, despertado de tanta frivolidad y asumiendo la vida de manera más responsable.

sábado, 27 de noviembre de 2010

VIRGEN DE LA MEDALLA MILAGROSA

Oración de Acción de Gracias

Virgen Milagrosa, mírame delante de ti, lleno de alegría,
para darte las gracias por el favor que me has concedido.
He reconocido por experiencia que siempre escuchas las peticiones
que te hacemos y que tu Medalla es prenda de protección y de paz.
Continúa, Virgen Milagrosa, otorgándonos favores y acercándonos cada día más al Señor.

OH MARÍA, SIN PECADO CONCEBIDA, RUEGA POR NOSOTROS QUE RECURRIMOS A TI (tres veces)

jueves, 25 de noviembre de 2010

Santa Catalina de Alejandría, virgen y mártir

Natural de Alejandría fue una mujer de noble cuna que estudió filosofía. Se convirtió al cristianismo inspirada por un sueño de un ermitaño. Después, convirtió a la esposa del emperador Majencio, a un oficial y a doscientos soldados. En venganza, el emperador reunió a cincuenta eruditos paganos y la retó a un debate religioso. Después de una larga y acalorada discusión, las palabras de Catalina indujeron a los cincuenta eruditos a convertirse. Majencio ordenó que la ataran a un potro, que la despedazó enseguida. Después fue decapitada. Es patrona de la elocuencia, los filósofos, los predicadores, las solteras, las hilanderas y los estudiantes

lunes, 22 de noviembre de 2010

SANTA CECILIA, Virgen y Mártir

Según una antigua tradición, la santa pertenecía a una de las principales familias de Roma, que acostumbraba vestir una túnica de tela muy áspera y que había consagrado a Dios su virginidad. Sus padres la comprometieron en matrimonio con un joven llamado Valeriano, pero Cecilia le dijo a éste que ella había hecho voto de virginidad y que si él quería ver al ángel de Dios debía hacerse cristiano. Valeriano se hizo instruir por el Papa Urbano y fue bautizado. Las historias antiguas dicen que Cecilia veía a su ángel de la guarda. El alcalde de Roma, Almaquio, había prohibido sepultar los cadáveres de los cristianos. Pero Valeriano y Tiburcio se dedicaron a sepultar todos los cadáveres de cristianos que encontraban. Por eso fueron arrestados. Llevados ante el alcalde, éste les pidió que declararan que adoraban a Júpiter. Ellos, defendieron su fe y murieron mártires. En seguida la policía arrestó a Cecilia y le exigió que renunciara a la religión de Cristo. Ella declaró que prefería la muerte antes que renegar de la verdadera religión. Entonces fue llevada junto a un horno caliente para tratar de sofocarle con los terribles gases que salían de allí, pero en vez de asfixiarse ella cantaba gozosa (quizás por eso la han nombrado patrona de los músicos). Visto que con este martirio no podían acabar con ella, el cruel Almaquio mandó que le cortaran la cabeza. En 1599 permitieron al escultor Maderna ver el cuerpo incorrupto de la santa y él fabricó una estatua en mármol de ella, la que se conserva en la iglesia de Santa Cecilia en Roma.

domingo, 21 de noviembre de 2010

34° DOMINGO DURANTE EL AÑO Lc 23,35-43


SOLEMNIDAD DE JESUCRISTO, REY DEL UNIVRSO
La crucifixión, Jesús Nazareno, Rey


Jesús es condenado a muerte por decirse rey. Así lo pregonan sus acusadores; y así lo reconoce el propio Jesús ante Pilatos. Esa condición de rey está en la inscripción colocada en la cruz. Dicha inscripción contrasta con la situación física del hombre clavado en la cruz, ¿es ése un rey? ¿De qué reino? Aquel que se presenta como salvador no es capaz de salvarse él mismo, piensan los jefes. Nosotros corremos también el riesgo de no entender, afirmando por ejemplo que Jesús reconoce ser rey de un reino puramente espiritual sin relación con este mundo. Sin embargo, el reino de Dios que Él proclama es una realidad global. En él no hay oposición entre lo espiritual y lo temporal, lo religioso y lo histórico, sino entre poder de dominación y poder de servicio. Jesús no es un rey como los de este mundo; no utiliza el poder en beneficio propio. Él nos enseña que todo poder (político, religioso, intelectual) está al servicio de los oprimidos y desvalidos.

Servir y no dominar es principio inconmovible del reino de Dios. Cuando empleamos el poder recibido –cualquiera que sea- para imponer nuestras ideas, mantener nuestros privilegios y obligar a creer, traicionamos el mensaje de Jesús. Una actitud de servicio supone sensibilidad para escuchar al otro. Jesús clavado en la cruz entre malhechores, despojado de todo, perdonando, escuchando, devolviendo bien por mal, ejerciendo misericordia, es la síntesis y expresión de la buena noticia. Esta es la manifestación y herencia del Mesías. Sólo el amor, sólo el servicio salva a las personas. Sólo el amor, sólo el servicio hace realidad el reino de Dios.

Reacciones ante la crucifixión
El pueblo. El pueblo lo presenciaba ¿Miraba desconcertado, consternado quizá. O tenia curiosidad burlona como los mirones de 14, 29? Es un espectáculo. Los “reality shows” siempre, entonces y ahora, congregan multitudes ávidas de satisfacer una cierta curiosidad morbosa.
Los jefes. No pueden concebir un Mesías que muere, pues el Mesías de Dios ha de salvar al pueblo, ni un elegido abandonado de Dios. Por eso, para ellos, sigue siendo un Mesías impostor como tantos otros. Mantienen y fomentan la idea de un mesianismo triunfante.
Los soldados. Los ejecutores del poder romano no pueden comprender a un rey que no hace nada para defenderse. Ellos saben cómo actuaría un verdadero rey, el César.
Un malhechor. Sigue el ejemplo de los dirigentes y de los soldados. Para él, la incapacidad de Jesús para salvarlos muestra su falsedad de su pretensión mesiánica. En todas las burlas, la idea de “salvación” es la de escapar de la muerte física, y la de Mesías, la de alguien con fuerza y poder político como los poderosos de la sociedad.
El otro malhechor. Reconoce la inocencia de Jesús, mientras que él se reconoce culpable. La muerte de Jesús empieza a dar frutos, las puertas del paraíso quedarán abiertas desde ahora de par en par para todos los que le reconocen como rey, sea como fuera su pasado. El reino de Dios (“el paraíso”), no relegado al fin de la historia, se inaugura con la muerte de Jesús, aquí y ahora: “Hoy estarás conmigo”

La palabras de Jesús en la cruz manifiestan su misericordia y la de Dios, que es uno de los rasgos más resaltados en el evangelio de Lucas. El mensaje de Jesús sobre el amor en la cruz es el momento en que se nos revela más claramente las actitudes para vivir el reino: amor, misericordia, perdón. Los creyentes de la comunidad de Lucas ven en este amor, misericordia y perdón el origen de su vida cristiana, porque nunca es tarde para entrar por el camino del Evangelio. Cualquier día puede ser el “hoy” de la salvación.

La imagen que nos hacemos de Cristo tiene gran importancia, pues condiciona nuestra manera de entender y vivir el Evangelio. De ahí la importancia de tomar conciencia de las posibles manipulaciones y deformaciones, que consciente e inconscientemente, adulteran nuestra fe. Puede que, en lugar de adherirnos a Cristo y escuchar su mensaje, estemos proyectando sobre Jesús nuestros deseos, anhelos y aspiraciones, convirtiendo a Cristo en mero símbolo de nuestra propia ideología al servicio de nuestro interés.

Jesús clavado en la cruz, despojado, perdonando y ofreciendo vida, es la viva imagen de la desacralicen de todos menos del amor y de la vida. No se puede sacraliza la patria, ni la nación, ni el estado, ni el derecho, ni de la democracia, ni la revolución, ni la legalidad, ni la familia, ni a la familia, ni la salud, ni del trabajo,, ni la comunidad, ni la Iglesia…

Pero tampoco podemos burlarnos de ello. Desacralizarlas en el camino recto en nombre de Cristo no es trivializarlas o quitarlos el valor, sino descubrirlas y valorarlas en su justa dimensión. Un rey que establece su reino de vida, justicia y paz a base de su propia sangre. Hay en cruz un mensaje que no siempre escuchamos. Al ser humano se le salva derramando por él nuestra propia sangre y no la de otros. Jesús muerto en la cruz, en actitud de respeto total al hombre, nos desenmascara e interpela a todos. Todavía tenemos un largo camino que recorrer.

domingo, 14 de noviembre de 2010

33° DOMINGO DURANTE EL AÑO Lc 21, 5-19



Como Marcos y Mateo, Lucas concluye la predicación de Jesús en Jerusalén con un discurso escatológico (=acerca de los acontecimientos del fin). Al evocarlos, el evangelista transmite su visión de la historia de la salvación en tres momentos: destrucción de Jerusalén, tiempo de la misión o de la Iglesia y, por último, la venida del Hijo del Hombre, que traerá la plenitud del Reino de Dios,

Para Lucas la destrucción de Jerusalén es el fin de toda una etapa de la historia salvífica, pero no el signo de la llegada del fin. Es verdad que a lo largo del discurso escatológico aparecen afirmaciones que expresan proximidad del fin del mundo. Sin embargo, vemos también cómo el cristianismo lucano empieza a aceptar en su concepción de la historia el retraso de la parusía.

Hay en el Evangelio una clara advertencia a los que esperaban impacientemente la vuelta del Señor, enfrentándolos al tiempo del testimonio, el que está viviendo la comunidad. Existía el peligro, en la corriente del entusiasmo apocalíptico, de perder el contacto con la realidad histórica y cotidiana. Pero si el Señor ha vencido a la muerte, piensa, Lucas, el fin hacia el que caminamos no es una utopía anónima, sin Jesús resucitado, a quien encontramos también, oculta y sacramentalmente, en la Iglesia y en el mundo. Así, la finalidad de este discurso en Lucas no es tanto describir los acontecimientos que se van a suceder en el futuro como dar a los creyentes de su comunidad la fuerza y el coraje para que puedan vivir, en este tiempo de testimonio, el seguimiento de Jesús, en medio de las pruebas y dificultades, recordándoles el valor del tiempo presente.

El templo no sirve: será destruido. “Como algunos comentaban la belleza del templo por la calidad de la piedra y de los exvotos, dijo: Eso que contemplan llegará un día en que la derribaran hasta que no quede piedra sobre piedra”. El templo era para los judíos el símbolo de su fe y de su nacionalidad, como también de la alianza y presencia de Dios en medio de su pueblo. Por eso existía la creencia de que era imposible que fuera destruido. De hecho, Jesús fue acusado de blasfemo ante el Sanedrín por haber usado hacer semejante profecía.

Por tanto, la destrucción del templo así como Jerusalén representa, desde la perspectiva de Jesús, el final del Antigua Alianza entre Dios y el pueblo de Israel, el derrumbamiento de una forma de entender la religión de forma legalista, cultual y farisaica. En el Reino de Dios que Él inaugura ya no se necesitará templo, ni ciudad santa, ni sacrificios, porque toda la humanidad es el gran templo de Dios.

Signos y mensajes para vivir. Saber discernir. Lucas alerta a las comunidades cristianas sobre posibles signos engañosos (falsos profetas, impostores, anunciadores de catástrofes y de la inminencia del fin, vendedores de utopías y paraísos, de formulas mágicas, ficticios salvadores)
Profetas siempre los ha habido y los habrá, verdaderos o falsos. También hoy, basta abrir nuestros ojos al mundo para que veamos si somos profetas verdaderos, por eso, es necesario recuperar el don del discernimiento para interpretar los acontecimientos históricos.

No a la fiebre mesiánica o escatológica. En momentos de crisis, de conflicto, de cambio –sea cultural, religioso, sociológico, político, psicológico, personal…- aflora eso que llamamos fiebre mesiánica o escatológica. Se busca salvación inmediata, seguridad inmediata, solución inmediata. Esta fiebre la vemos, por ejemplo, en TV y en las revistas. Éstas orientan las decisiones, informan un modo de percibir las cosas y suministran ejemplos de conducta, modelos excelsos: personas felices, robustas y sexualmente atractivas que son libres, emprendedoras, competentes y agradables. Obviamente, estos bienaventurados, ya han sido salvados o están muy cerca de serlo. Por eso, la cultura de los medios de masas es una religión, y difícilmente podemos huir de su templo.

“Los perseguirán”. La persecución no es algo por lo general, que venga de repente debido a la maldad o ceguera de algunas personas. La verdadera persecución comienza a gestarse cuando la Iglesia y los cristianos se convierten en amenaza para los intereses egoístas e injustos de los sectores más poderosos e influyentes en una sociedad. La ausencia de una verdadera persecución en el mundo puede significar que nadie siente necesidad de acosar hoy la fe para tratar de anularla, pues los mismos cristianos nos encargamos de vaciarla de su fuerza con su mediocridad y rutina de nuestras vidas. Puede ser también signo de que vivimos esa fe de manera privada e intimista sin repercusión en la vida pública y social.

“No preparen su defensa”. Nosotros somos más dados a la apologética que a la profecía. Estas son incompatibles en este contexto. Si se hace apologética, además de ser ineficaz y estéril, podría muy bien ser un signo de que no se cuenta con el Espíritu ni con la profecía. No sólo la Iglesia es propensa a hacer apología y a defenderse. ¿Quién no es dado a defender sus intereses, sus dogmas, sus convicciones? ¿Quién no tiene dentro el virus de la intransigencia, del fanatismo? El mensaje de Jesús sigue teniendo plena actualidad.

“Tengan confianza”. La esperanza cristiana no se alimenta del fracaso de otras esperanzas que podemos alimentar como personas. La confianza cristiana desacraliza toda la realidad, pero fiada en la Palabra de Dios sabe que la vida merece la pena, la historia tiene sentido y todo sucede para bien de los hijos de Dios.

“Si perseveran, conseguirán la vida”. Lucas se preocupa de subrayar que “el final no vendrá enseguida”. La historia de la humanidad se prolongará. Una historia que avanza, pero en la que no faltarán momentos de crisis, violencia y enfrentamientos; situaciones en las que todo lo que afianza la vida parecerá tambalearse. La paz será destruida por la violencia y los enfrentamientos. La solidaridad entre los hombres se romperá; se llegará al odio y a la muerte. El mismo universo parecerá negarse a sostener la vida. ¡Hay que perseverar y tener esperanza!


La intención de Jesús no es la de hacernos vivir sobrecogidos, esperando casi con morbosidad cuándo ocurrirá todo esto. Jesús nos invita por el contrario, a enfrentarnos con lucidez y responsabilidad a una historia larga, difícil y conflictiva. Y concretamente, nos subraya una actitud fundamental: la perseverancia. Lo que puede llevarnos a los hombres a la verdadera salvación no es la violencia que lo pretende resolver todo por la fuerza, ni el abandono y la dimisión de los que se cansan de seguir luchando por un futuro mejor. Sólo el trabajo constante y tenaz de los incansables abre un porvenir de vida y salvación.

jueves, 11 de noviembre de 2010

El Papa publica la exhortación apostólica port sinodal "Verbum Domini" para redescubrir la centralidad de la Palabra de Dios.


Por SIC el 11 de noviembre de 2010

“Redescubrir la centralidad de la Palabra de Dios” en la vida personal y de la Iglesia y “la urgencia y la belleza” de anunciarla para la salvación de la humanidad como “testigos convencidos y creíbles del Resucitado”. Es éste en síntesis, el mensaje de Benedicto XVI en la Exhortación apostólica post sinodal “Verbum Domini”, que recoge las reflexiones y las propuestas surgidas del Sínodo de los obispos, que tuvo lugar en el Vaticano en octubre de 2008 sobre el tema “La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia”. El documento de casi 200 páginas, es un apasionado llamamiento dirigido por el Papa a los Pastores, a los miembros de la vida consagrada y a los laicos, para que tengan cada vez más familiaridad con las sagradas Escrituras, no olvidando nunca “que en el fundamento de toda auténtica y viva espiritualidad cristiana está la Palabra de Dios anunciada, acogida, celebrada y meditada en la Iglesia”.


“En un mundo que a menudo siente a Dios como superfluo y extraño” -afirma el Papa- no existe prioridad más grande que ésta: abrir al hombre los accesos para que confluyan hacia Dios. Benedicto XVI subraya con fuerza que “Dios habla e interviene en la historia a favor del hombre”. “La Palabra de Dios no se contrapone al hombre, no mortifica sus deseos auténticos, sino que los ilumina, purificándolos, llevándolos a cumplimiento. En nuestra época se ha difundido desgraciadamente, de especial modo en Occidente, la idea de que Dios es extraño a los problemas del hombre y que su presencia amenaza su autonomía”. En realidad, dice el Papa “sólo Dios responde a la sed que está en el corazón de todo hombre”.

Para el Papa “es decisivo desde el punto de vista pastoral, presentar la Palabra de Dios para dialogar con los problemas que el hombre debe afrontar en la vida cotidiana”. En este contexto es necesario “ayudar a los fieles a distinguir bien la Palabra de Dios de las revelaciones privadas”, cuyo papel “no es el de ‘completar’ la Revelación, sino de ayudar a vivirla”. Por otra parte, el Pontífice analiza el estado actual de los estudios bíblicos, revelando la importante aportación dada por la “exégesis histórico-crítica, pero señala el grave riesgo de “un dualismo entre exégesis y teología”. El Papa auspicia “la unidad de los dos niveles interpretativos, que en definitiva presupone “una armonía entre fe y razón”, de manera que la fe “no degenere en fideísmo” y que la razón permanezca abierta”.

El Santo Padre insiste más adelante en que “las raíces del Cristianismo se encuentran y se nutren del Antiguo Testamento, de ahí “el vínculo entre cristianos y hebreos, que nuca se debe olvidarse”. El documento afronta luego, la relación entre Palabra de Dios y liturgia. El Papa vuelve a insistir en un mayor cuidado durante la proclamación de la Palabra, en la lectura atenta de la misma. Pide asimismo “mejorar la cualidad de las homilías”. Subraya “el valor del silencio en las celebraciones, que favorezca el recogimiento” y es favorable a “cantos de clara inspiración bíblica como el gregoriano”.


Benedicto en su Exhortación apostólica post sinodal “Verbum Domini”, también sugiere “incrementar la pastoral bíblica” como respuesta al fenómeno de la “proliferación de las sectas, que difunden una lectura distorsionada e instrumental de las sagradas Escrituras”. “Es necesaria una adecuada formación de los cristianos y en particular de los catequistas” y dice que el Sínodo auspicia, que haya una Biblia en cada casa. En el texto papal hay un llamamiento a “fortalecer en la Iglesia la conciencia misionera”. En este campo, el Papa reconoce con gratitud en este sentido el compromiso de los movimientos eclesiales.

El Pontífice dirige con conmoción su pensamiento a todos los perseguidos a causa de Cristo y ofrece su solidaridad y afecto a todos los fieles de las comunidades en Asia y África. El documento post-sinodal lanza un llamamiento para “un renovado encuentro entre Biblia y culturas” deseando que haya una promoción del conocimiento de la Biblia en las escuelas y universidades, “por encima de viejos prejuicios”. Asimismo, se insiste en un compromiso más amplio y cualificado en el mundo de la información e internet. “Nuestra época -concluye el Papa- debe ser cada vez más un tiempo de nueva escucha de la palabra de Dios y de una nueva evangelización, porque “aun hoy Jesús resucitado nos dice: “Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a todas las criaturas”.

domingo, 7 de noviembre de 2010

32° DOMINGO DURANTE EL AÑO


LA PREGUNTA SOBRE LA RESURRECCION
LUCAS 20, 27-40

Una vez que Jesús ha hecho callar a los fariseos, los saduceos –sus enemigos- trataban de atraparlo en las redes de su casuística. Los saduceos representan la casta sacerdotal privilegiada, a la que pertenecían la mayoría de los sumos sacerdotes. Dentro de entramado social del judaísmo son los portavoces de las grandes familias ricas que viven y disfrutan de los copiosos donativos de los peregrinos y del producto de los sacrificios ofrecidos en el templo.
No hay que confundirlos con la clase formada por los simples sacerdotes, muy numerosos y más bien pobres. Situados en los círculos del dinero y del poder, los saduceos eran radicalmente materialistas “negaban la resurrección de los muertos” iban en contra de la expectación farisea de una vida futura y se servían de la religión para explotar al pueblo y vivir con más privilegios. Quieren ridiculizar las enseñanzas de Jesús que, en parte, coincide con las creencias de los fariseos sobre la resurrección de los justos. Para ello le presentan el caso de una mujer que conforme a la Ley del Levirato (Dt 25, 5), ha sido desposada sucesivamente por siete hermanos por el hecho de haber muerto uno tras otro sin descendencia ¡De quién de ellos será la mujer si existe la resurrección de los muertos?

La respuesta que Jesús les da sigue dos caminos. Por un lado les dice que la vida futura de los resucitados es una vida transfigurada (son hijos de Dios) y vivida en presencia de Dios (“como ángeles”) se trata de una vida nueva donde, no existiendo la muerte, los hombres y mujeres no se casarán, y las relaciones humanas serán elevadas a un nivel en el que dejarán de tener vigencia a las limitaciones inherentes a la creación presente. Viene a decirles que la resurrección no es una manera de continuidad de esta vida. Por otro, apoya el hecho de la resurrección de los muertos en los mismos escritos de Moisés: “Dios de Abraham……”

Para Jesús no tiene sentido una religión de muertos. El Dios cristiano es un Dios de vivos. No es un ídolo que domine y engañe, que nos haya arrojado a este mundo y dejado en él. Los primeros cristianos fueron tildados de ateos por la sociedad romana porque no profesaban una religión basada en el culto a los muertos, en sacrificios expiatorios, en ídolos insensibles. Por eso nuestro cristianismo no siempre ha logrado presentar a Dios como Dios de la vida. Sin embargo, las promesas de Dios son siempre ofrecimiento de vida.

El Dios verdadero es siempre fuente de vida. No es un Dios destructor sino un Dios que crea la vida, la sostiene y la lleva en plenitud. Lo hayamos allí donde el hombre se enfrenta a una tarea, donde la humanidad lucha por ser más humana. Es en medio de la vida donde los creyentes debemos descubrir a nuestro Dios como alguien que la sostiene, la impulsan y nos llama a vivir y hacer vivir.

Los cristianos tenemos que recordar, ahora más que nunca, que creer en la resurrección es mucho más que cultivar un optimismo barato en la esperanza de un final feliz. El creyente siente que, ya desde ahora y aquí de una manera nueva amar y defender la vida. Por eso toma partido allí donde es lesionada, ultrajada y destruida. La resurrección se hace presente y se manifiesta allí donde se lucha y hasta se muere por evitar la muerte que está a nuestro alcance.

El Evangelio es Buena Noticia porque Dios es un Dios de vivos ya aquí. Quien no construye vida difícilmente puede entender la dinámica del reino y creer en un Dios de vida; le es más fácil la actitud saducea.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

SAN MARTIN DE PORRES

Nació en la ciudad de Lima, Perú, el día 9 de diciembre del año 1579. Fue hijo de Juan de Porres, caballero español de la Orden de Calatrava, y de Ana Velásquez, negra libre panameña. Martín es bautizado en la iglesia de San Sebastián, donde años más tarde Santa Rosa de Lima también lo fuera. Son misteriosos los caminos del Señor: no fue sino un santo quien lo confirmó en la fe de sus padres.
Fue Santo Toribio de Mogrovejo, primer arzobispo de Lima, quien hizo descender el Espíritu sobre su moreno corazón, corazón que el Señor fue haciendo manso y humilde como el de su Madre. A los doce Martín entró de aprendiz de peluquero, y asistente de un dentista.
La fama de su santidad corre de boca en boca por la ciudad de Lima. Martín conoció al Fraile Juan de Lorenzana, famoso dominico como teólogo y hombre de virtudes, quien lo invita a entrar en el Convento de Nuestra Señora del Rosario.
Las leyes de aquel entonces le impedían ser religioso por el color y por la raza, por lo que Martín de Porres ingresó como Donado, pero él se entrega a Dios y su vida está presidida por el servicio, la humildad, la obediencia y un amor sin medida. San Martín tiene un sueño que Dios le desbarata: "Pasar desapercibido y ser el último".
Su anhelo más profundo siempre es de seguir a Jesús. Se le confía la limpieza de la casa; por lo que la escoba será, con la cruz, la gran compañera de su vida. Sirve y atiende a todos, pero no es comprendido por todos. Un día cortaba el pelo a un estudiante: éste molesto ante la mejor sonrisa de Fray Martín, no duda en insultarlo: ¡Perro mulato! ¡Hipócrita! La respuesta fue una generosa sonrisa. San Martín llevaba ya dos años en el convento, y hacía seis que no veía a su padre, éste lo visita y… después de dialogar con el P. Provincial, éste y el Consejo Conventual deciden que Fray Martín se convierta en hermano cooperador.
El 2 de junio de 1603 se consagra a Dios por su profesión religiosa. El P. Fernando Aragonés testificará: "Se ejercitaba en la caridad día y noche, curando enfermos, dando limosna a españoles, indios y negros, a todos quería, amaba y curaba con singular amor".
La portería del convento es un reguero de soldados humildes, indios, mulatos, y negros; él solía repetir: "No hay gusto mayor que dar a los pobres". Su hermana Juana tenía buena posición social, por lo que, en una finca de ella, daba cobijo a enfermos y pobres. Y en su patio acoge a perros, gatos y ratones. Pronto la virtud del moreno dejó de ser un secreto.
Su servicio como enfermero se extendía desde sus hermanos dominicos hasta las personas más abandonadas que podía encontrar en la calle. Su humildad fue probada en el dolor de la injuria, incluso de parte de algunos religiosos dominicos. Incomprensión y envidias: camino de contradicciones que fue asemejando al mulato a su Reconciliador.
Los religiosos de la Ciudad Virreinal van de sorpresa en sorpresa, por lo que el Superior le prohíbe realizar nada extraordinario sin su consentimiento. Un día, cuando regresaba al Convento, un albañil le grita al caer del andamio; el Santo le hace señas y corre a pedir permiso al superior, éste y el interesado quedan cautivados por su docilidad.
Cuando vio que se acercaba el momento feliz de ir a gozar de la presencia de Dios, pidió a los religiosos que le rodeaban que entonasen el Credo. Mientras lo cantaban, entregó su alma a Dios. Era el 3 de noviembre de 1639. Su muerte causó profunda conmoción en la ciudad. Había sido el hermano y enfermero de todos, singularmente de los más pobres. Todos se disputaban por conseguir alguna reliquia. Toda la ciudad le dio el último adiós.
Su culto se ha extendido prodigiosamente. Gregorio XVI lo declaró Beato en 1837. Fue canonizado por Juan XXIII en 1962. Recordaba el Papa, en la homilía de la canonización, las devociones en que se había distinguido el nuevo Santo: su profunda humildad que le hacía considerar a todos superiores a él, su celo apostólico, y sus continuos desvelos por atender a enfermos y necesitados, lo que le valió, por parte de todo el pueblo, el hermoso apelativo de "Martín de la caridad". Su fiesta se celebra el 3 de Noviembre.
(Extraido de ACI Prensa)

martes, 2 de noviembre de 2010

El "cielo" como plenitud de intimidad con Dios


1. Cuando haya pasado la figura de este mundo, los que hayan acogido a Dios en su vida y se hayan abierto sinceramente a su amor, por lo menos en el momento de la muerte, podrán gozar de la plenitud de comunión con Dios, que constituye la meta de la existencia humana.
Como enseña el Catecismo de la Iglesia católica, "esta vida perfecta con la santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama 'el cielo'. El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha"(n. 1024).
Hoy queremos tratar de comprender el sentido bíblico del «cielo», para poder entender mejor la realidad a la que remite esa expresión.

2. En el lenguaje bíblico el «cielo», cuando va unido a la «tierra», indica una parte del universo. A propósito de la creación, la Escritura dice: «En un principio creo Dios el cielo y la tierra» (Gn 1, 1).
En sentido metafórico, el cielo se entiende como morada de Dios, que en eso se distingue de los hombres (cf. Sal, 104, 2 s; 115, 16; Is 66, l). Dios, desde lo alto del cielo, ve y juzga (cf. Sal 113, 4-9) y baja cuando se le invoca (cf. Sal 18, 7. 10; 144, 5). Sin embargo, la metáfora bíblica da a entender que Dios ni se identifica con el cielo ni puede ser encerrado en el cielo (cf. 1R 8, 27); y eso es verdad, a pesar de que en algunos pasajes del primer libro de los Macabeos «el cielo» es simplemente un nombre de Dios (cf. 1M 3, 18. 19. 50. 60; 4, 24. 55). A la representación del cielo como morada trascendente del Dios vivo, se añade la de lugar al que también los creyentes pueden, por gracia, subir, como muestran en el Antiguo Testamento las historias de Enoc (cf. Gn 5, 24) y Elías (cf. 2R 2, 11). Así, el cielo resulta figura de la vida en Dios. En este sentido, Jesús habla de «recompensa en los cielos» (Mt 5, 12) y exhorta a «amontonar tesoros en el cielo» (Mt 6, 20; cf. 19, 21).

3. El Nuevo Testamento profundiza la idea del cielo también en relación con el misterio de Cristo. Para indicar qué el sacrificio del Redentor asume valor perfecto y definitivo, la carta a los Hebreos afirma que Jesús «penetró los cielos» (Hb 4, 14) y «no penetró en un santuario hecho por mano de hombre, en una reproducción del verdadero, sino en el mismo cielo» (Hb 9, 24). Luego, los creyentes, en cuanto amados de modo especial por el Padre, son resucitados con Cristo y hechos ciudadanos del cielo.
Vale la pena escuchar lo que a este respecto nos dice el apóstol Pablo en un texto de gran intensidad: «Dios, rico en misericordia, por el grande amor con que nos amó, estando muertos a causa de nuestros pecados, nos vivificó juntamente con Cristo —por gracia habéis sido salvados— y con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en Cristo Jesús, a fin de mostrar en los siglos venideros la sobreabundante riqueza de su gracia, por su bondad para con nosotros en Cristo Jesús» (Ef 2, 4-7). Las criaturas experimentan la paternidad de Dios, rico en misericordia, a través del amor del Hijo de Dios, crucificado y resucitado, el cual, como Señor, está sentado en los cielos a la derecha del Padre.

4. Así pues, la participación en la completa intimidad con el Padre, después del recorrido de nuestra vida terrena, pasa por la inserción en el misterio pascual de Cristo. San Pablo subraya con una imagen espacial muy intensa este caminar nuestro hacia Cristo en los cielos al final de los tiempos: «Después nosotros, los que vivamos, los que quedemos, seremos arrebatados en nubes, junto con ellos (los muertos resucitados), al encuentro del Señor en los aires. Y así estaremos siempre con el Señor. Consolados, pues, mutuamente con estas palabras» (1Ts 4, 17-18).
En el marco de la Revelación sabemos que el «cielo» o la «bienaventuranza» en la que nos encontraremos no es una abstracción, ni tampoco un lugar físico entre las nubes, sino una relación viva y personal con la santísima Trinidad. Es el encuentro con el Padre, que se realiza en Cristo resucitado gracias a la comunión del Espíritu Santo.
Es preciso mantener siempre cierta sobriedad al describir estas realidades últimas, ya que su representación resulta siempre inadecuada. Hoy el lenguaje personalista logra reflejar de una forma menos impropia la situación de felicidad y paz en que nos situará la comunión definitiva con Dios.
El Catecismo de la Iglesia católica sintetiza la enseñanza eclesial sobre esta verdad afirmando que, «por su muerte y su resurrección, Jesucristo nos ha abierto» el cielo. La vida de los bienaventurados consiste en la plena posesión de los frutos de la redención realizada por Cristo, que asocia a su glorificación celestial a quienes han creído en él y han permanecido fieles a su voluntad. El cielo es la comunidad bienaventurada de todos los que están perfectamente incorporados a él» (n. 1026).

5. Con todo, esta situación final se puede anticipar de alguna manera hoy, tanto en la vida sacramental, cuyo centro es la Eucaristía, como en el don de sí mismo mediante la caridad fraterna. Si sabemos gozar ordenadamente de los bienes que el Señor nos regala cada día, experimentaremos ya la alegría y la paz de que un día gozaremos plenamente. Sabemos que en esta fase terrena todo tiene límite; sin embargo, el pensamiento de las realidades últimas nos ayuda a vivir bien las realidades penúltimas. Somos conscientes de que mientras caminamos en este mundo estamos llamados a buscar «las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios» (Col 3, 1), para estar con él en el cumplimiento escatológico, cuando en el Espíritu él reconcilie totalmente con el Padre «lo que hay en la tierra y en los cielos» (Col 1, 20).
Catequesis del Papa sobre el Cielo

CONMEMORACION DE LOS FIELES DIFUNTOS




Los Fieles Difuntos



"Una flor sobre su tumba se marchita, una lágrima sobre su recuerdo se evapora. Una oración por su alma, la recibe Dios." -San Agustín

"Cada uno se presentará ante el tribunal de Dios para darle cuenta de lo que ha hecho, de lo bueno y de lo malo." - Santa Biblia

Las tres Iglesias: Se llama Iglesia a la asociación de los que creen en Jesucristo. La Iglesia se divide en tres grupos. Iglesia triunfante: los que ya se salvaron y están en el cielo (los que festejamos ayer). Iglesia militante: los que estamos en la tierra luchando por hacer el bien y evitar el mal. E Iglesia sufriente: los que están en el purgatorio purificándose de sus pecados, de las manchas que afean su alma.

El Catecismo de la Iglesia Católica, publicado por el Papa Juan Pablo II en 1992, es un texto de máxima autoridad para todos los católicos del mundo y dice cinco cosas acerca del Purgatorio:

1ª. Los que mueren en gracia y amistad de Dios pero no perfectamente purificados, sufren después de su muerte una purificación, para obtener la completa hermosura de su alma (1030).
2ª. La Iglesia llama Purgatorio a esa purificación, y ha hablado de ella en el Concilio de Florencia y en el Concilio de Trento. La Iglesia para hablar de que será como un fuego purificador, se basa en aquella frase de San Pablo que dice: "La obra de cada uno quedará al descubierto, el día en que pasen por fuego. Las obras que cada cual ha hecho se probarán en el fuego". (1Cor. 3, 14).
3ª. La práctica de orar por los difuntos es sumamente antigua. El libro 2º. de los Macabeos en la S. Biblia dice: "Mandó Juan Macabeo ofrecer sacrificios por los muertos, para que quedaran libres de sus pecados" (2Mac. 12, 46).
4ª. La Iglesia desde los primeros siglos ha tenido la costumbre de orar por los difuntos (Cuenta San Agustín que su madre Santa Mónica lo único que les pidió al morir fue esto: "No se olviden de ofrecer oraciones por mi alma").
5ª. San Gregorio Magno afirma: "Si Jesucristo dijo que hay faltas que no serán perdonadas ni en este mundo ni en el otro, es señal de que hay faltas que sí son perdonadas en el otro mundo. Para que Dios perdone a los difuntos las faltas veniales que tenían sin perdonar en el momento de su muerte, para eso ofrecemos misas, oraciones y limosnas por su eterno descanso".

De San Gregorio se narran dos hechos interesantes. El primero, que él ofreció 30 misas por el alma de un difunto, y después el muerto se le apareció en sueños a darle las gracias porque por esas misas había logrado salir del purgatorio. Y el segundo, que un día estando celebrando la Misa, elevó San Gregorio la Santa Hostia y se quedó con ella en lo alto por mucho tiempo. Sus ayudantes le preguntaron después por qué se había quedado tanto tiempo con la hostia elevada en sus manos, y les respondió: "Es que vi que mientras ofrecía la Santa Hostia a Dios, descansaban las benditas almas del purgatorio". Desde tiempos de San Gregorio (año 600) se ha popularizado mucho en la Iglesia Católica la costumbre de ofrecer misas por el descanso de las benditas almas.

La respuesta de San Agustín: a este gran Santo le preguntó uno: "¿Cuánto rezarán por mí cuando yo me haya muerto?", y él le respondió: "Eso depende de cuánto rezas tú por los difuntos. Porque el evangelio dice que la medida que cada uno emplea para dar a los demás, esa medida se empleará para darle a él".
¿Vamos a rezar más por los difuntos? ¿Vamos a ofrecer por ellos misas, comuniones, ayudas a los pobres y otras buenas obras? Los muertos nunca jamás vienen a espantar a nadie, pero sí rezan y obtienen favores a favor de los que rezan por ellos.

(Extraido en EWTN)

lunes, 1 de noviembre de 2010

SOLEMNIDAD DE TODOS LOS SANTOS


PARA SER SANTOS


Para ser santos necesitamos humildad y oración. Jesús nos enseñó el modo de orar y también nos dijo que aprendiéramos de Él a ser mansos y humildes de corazón. Pero no llegaremos a ser nada de eso a menos que conozcamos lo que es el silencio. La humildad y la oración se desarrollan de un oído, de una mente, y de una lengua que han vivido en silencio con Dios, porque en el silencio del corazón en donde habla Él.
Impongámonos realmente el trabajo de aprender la lección de la santidad de Jesús, cuyo corazón era manso y humilde. La primera lección de ese corazón es un examen de conciencia; el resto, el amor y el servicio, lo siguen inmediatamente.


El examen no es un trabajo que hacemos solos, sino en compañía de Jesús. No debemos perder el tiempo dando inútiles miradas a nuestras miserias, sino emplearlo en elevar nuestros corazones a Dios para dejar que Su luz nos ilumine.


Si la persona es humilde nada la perturbará, ni la alabanza ni la ignominia, porque se conoce, sabe quien es. Si la acusan no se desalentará; si alguien la llama santa no se pondrá en un pedestal. Si eres santo dale gracias a Dios; si eres pecador, no sigas siéndolo. Cristo nos dice que aspiramos muy alto, no para ser como Abraham o David ni ninguno de los santos, sino para ser como nuestro Padre celestial.


"No me elegisteis vosotros a Mí, fui Yo quien os eligió a vosotros ..." - Juan 15:16


Madre Teresa de Calcuta