sábado, 24 de julio de 2010

17° Domingo durante el año

JESUS ENSEÑA A ORAR
Lucas 11, 1-13

Este Evangelio es una catequesis sobre la oración cristiana. Tanto el discípulo como la comunidad necesitan orar. Lucas recoge aquí el talante, el estilo, la forma y el espíritu que debe impregnar la oración del cristiano.

Jesús oraba con frecuencia. De hecho, el tercer evangelista así nos lo presenta en varias oraciones. La escena de hoy es una de ellas “Jesús estaba orando”. Los discípulos no han participado en la oración de Jesús, pero sienten la necesidad de tener unas formas de orar parecidas a las de Juan Bautista: “Enséñanos a orar como Juan enseñó a sus discípulos”. Éste ya había hecho escuela; Jesús todavía no.

Los discípulos quieren unas formulas ritualizadas, que den solidez e identidad al grupo que se está constituyendo. La oración de Jesús, o no la comprenden o no la comparten (no le piden que les enseñe a orar como El lo hace). Quieren aprender unas formas como las que Juan enseñó a sus discípulos. Pero Jesús les enseña una oración nada ritualizada, llena de confianza y de compromiso personal. “Cuando oren digan: Padre…” Inaugura una forma de orar inaudita.
La oración judía oficial se realizaba en el templo, el lugar de dios por excelencia. Jesús convierte el sitio donde se encuentra en “lugar” adecuado para la oración.

Por primera vez hay alguien que se dirige a Dios con confianza filial: “Padre”. Jesús introduce un cambio profundo en la relación de los hombres y mujeres con Dios. Todas las religiones incluyendo la religión judía, rezaban a un Dios lejano al que trataban de aplacar. Jesús sustituye el temor por el amor y la verticalidad para la horizontalidad. ¡Dios es Padre”.

No se trata de una fórmula que haya que repetir de memoria. De hecho, el texto paralelo de Mt 6, 9-13 muestra que los primeros cristianos se expresaban diversamente. El Padrenuestro es la expresión de una actitud, de un estilo de vida identificada y enamorada del proyecto de Dios más que una oración ritual.

Resume las convicciones y deseos que deben aparecer en nuestra oración: la invocación a Dios como Padre, y una existencia invadida por el deseo de un mundo diferente; confianza y compromiso

La oración de los hijos de Dios
En la oración de Jesús encontramos la correcta relación entre Dios y nosotros, entre lo que esperamos (cielo) y lo que vivimos (tierra), entre lo religioso y lo político manteniendo la unidad del único proceso. La primera parte hace referencia a la causa de Dios, la segunda parte hace referencia concierne a la causa del hombre. Entre ambas constituyen la única oración de Jesús, la verdadera oración cristiana. Dios no se interesa sólo de lo que es suyo –el nombre, el reinado, la voluntad divina-, sino que se preocupa también por lo que es del hombre –el pan, el perdón, la tentación, el mal-. Igualmente, el hombre no sólo tiene en cuenta lo que le preocupa para poder vivir –el pan, el perdón, la tentación, el mal-, sino que se abre también a lo concerniente a Dios Padre –la santificación de su nombre, la llegada de su reinado, la realización de su voluntad-. En la oración de Jesús, la causa de Dios no es ajena a la causa del hombre, y la causa del hombre no es extraña a la causa de Dios. Lo que Jesús unió –la preocupación por nuestras necesidades- nadie debería separarlo.

La realidad implicada en el Padrenuestro es extremadamente conflictiva. En ella chocan el reinado de Dios y el poder del mal. Si nos fijamos bien, el Padrenuestro tiene que ver con todas las grandes cuestiones de la existencia personal y social del ser humano de todos los tiempos. El centro lo ocupa Dios juntamente con el hombre necesitado. Es una hermosa lección. Hay que ensanchar la mente y el corazón allende nuestro pequeño horizonte. Cuando la pasión por Dios se articula con la pasión por el hombre, cuando la pasión por el cielo se une a la pasión por la tierra, el Padrenuestro se nos revela como la oración de la revelación integral, como la oración de los hijos de Dios.

La insistencia en la oración como toma de conciencia filial y comunitaria
La segunda parte contiene una parábola. Dios es comparado a un “amigo” a quien otro amigo acude de noche, a una hora intempestiva, para pedirle unos panes. Gracias a la insistencia, aquél terminará por dárselos. También Dios, dice Jesús, hará lo mismo. Hay que “pedir”, “buscar”, “llamar”, con la seguridad de que “se recibe lo que se pide”, “se encuentra lo que se busca” y “se abren las puertas cuando se llama”. Esta triple insistencia implica una confianza y búsqueda total.

A continuación Jesús pone una serie de ejemplos, sacados de la vida cotidiana, para remachar la bondad y el amor de Dios, que es el fundamento de la oración. Y concluye con una frase lapidaria: “Pues si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus niños, ¡cuánto más el Padre del cielo dará Espíritu Santo a los que lo piden”. A diferencia de Mt 7, 11 (que habla de “dará cosas buenas”), Lucas explicita que el don por excelencia es el “Espíritu Santo” o sea, lo mejor de Dios.
Aprender a orar
El síntoma y fenómeno puede ser éste: casi sin darnos cuenta vamos llenando nuestra vida de cosas, actividad, preocupaciones y evadiéndonos calladamente de Dios. Siempre tenemos otra cosa más importante que hacer, algo más urgente o más útil. ¿Cómo ponerse a orar cuando uno tiene tantas cosas en que ocuparse? Y hemos terminado por “vivir bastante bien” sin necesidad de orar.

Y sin embargo, necesitamos orar. No es posible vivir nuestra fe cristiana y nuestra vocación humana sin orar. A orar sólo se puede aprender desde la necesidad, desde el descubrimiento del amor y la fidelidad de Dios, pues la experiencia nos dice que nosotros no somos fieles. Ese Dios que nos es fiel no suprime nuestros sufrimientos, ni resuelve nuestros problemas, pero “una cura de oración” nos puede ofrecer la paz y la luz que necesitamos para situar las cosas en sus verdaderas dimensiones y da a nuestra vida un verdadero sentido. Ahora bien, dios no es una conquista sino un regalo. “Quien busca lo halla, quien pide lo recibe y al que llama se le abre”

Aprender el Padrenuestro
Hemos recitado tantas veces el Padrenuestro y, con frecuencia, de manera tan mecánica y superficial, que hemos terminado por vaciarlo de su hondura y novedad. Se nos olvida que esta oración nos la ha regalado Jesús como la plegaria que mejor recoge lo que El vivía en lo más íntimo de su ser y la que mejor expresa el sentir de sus verdaderos discípulos.
Cuándo tiene sentido rezar el Padrenuestro.

Cuando somos conscientes de que “el mundo gime con dolores de parto”, “Cuando percibimos que “la humanidad aguarda impaciente que se revele lo que serán los hijos de Dios”, “Cuando proclamamos que “a los que habitan en tierra y en sombra de muerte les ha brillado una luz”, “Cuando nos sentimos movidos por Jesús y por el Espíritu a decir con atrevimiento: ¡Padre nuestro!

P. Daniel

No hay comentarios: