sábado, 11 de diciembre de 2010

3° DOMINGO DE ADVIENTO


EMISARIOS DE JUAN BAUTISTA
Mt 11, 2-11

La figura de Juan Bautista, para Mateo es de especial atención. Es probable que tenga presente los grupos de discípulos de Juan que existían en su época, y que trate de orientar la relación que mantienen los cristianos con esos grupos. Ante la polémica en torno a quien era mayor, si Juan o Jesús, deja zanjada la cuestión: Juan es más que un profeta, es el precursor de Jesús, el mensajero; pero el Mesías esperado, el que realiza los signos anunciados por los profetas, ése es Jesús.

Distinguimos en este texto dos partes: la respuesta a los enviados del Bautista; y la declaración de Jesús sobre Juan.
El comportamiento de Jesús, parece ser, no responde al ideal mesiánico de Juan. Éste, en la cárcel por haber criticado a Herodes, al ver que las obras de Jesús no son como él había pensado, al comprobar que decepcionaban a sus compatriotas, que el pueblo no se convertía, que crecían los conflictos con los jefes…, se siente débil y angustiado, y envía a dos de sus discípulos para que pregunten directamente a Jesús si Él es el Mesías.
Es de observar que Jesús no responde directamente a la pregunta, sino que remite a sus obras (una historia que está a la vista de todos) y a las Escrituras. Sus signos, contemplados a la luz de los oráculos proféticos, revelan claramente que él es el Mesías, el que tenía que venir. Él cura al pueblo de sus heridas, enfermedades y carencias, le da vida y anuncia la Buen Noticia a los pobres. La respuesta de Jesús, como respuesta evangélica, orienta a Juan y a todos los demás. Pero todos están de acuerdo con su estilo de vida, con sus obras, con su forma de vivir el mesianismo. De ahí que el mismo Jesús tenga que proclamar: “Y dichoso el que no se escandalice de mí”.
La declaración de Jesús sobre Juan consta de tres preguntas dirigidas al público. Las dos primeras tienen una respuesta negativa: Juan no es un predicador oportunista ni in lujoso cortesano. La respuesta a la tercera es, sin embargo, positiva: Juan es un profeta, y más que un profeta, es el precursor del Mesías, es Elías, el que tenía que venir a prepararle el camino. La grandeza de Juan no estriba solamente en el vigor de su carácter, en la rectitud de su obrar, en la austeridad de su vida; está, ante todo y sobre todo, en la respuesta a su vocación de profeta y precursor del Mesías.
Juan es grande: no obstante, el más pequeño en el reino de los cielos es mayor que él. Afirmación que no es fácil de entender pero en la que al menos una cosa está clara: pertenecer al reino de los cielos supera cualquier otra grandeza.

Los gestos liberadores

Las obras que Jesús presenta a los enviados de Juan Bautista no son gestos justicieros, sino servicio liberador a los que necesitan vida. El gesto que mejor revela su verdadera identidad es su tarea de curar, sanar y liberar la vida; así responde a la pregunta de Juan. Sus obras manifiestan quién es en toda su plenitud.
No estamos acostumbrados a descalificar o arrinconar apresuradamente cualquier gesto de acogida, servicio personal o presencia solidaria junto a los desvalidos, como una actitud sospechosa de reformismo, incapaz de renovar nuestra sociedad. Pensamos con ingenuidad que el pueblo nuevo, liberado y solidario, nacerá sólo del cambio de estructuras, de un vuelco radical, de un nuevo orden internacional. Hay, sin embargo, ciertos seres que lo que realmente necesitan para vivir y sentirse esperanzados, es simplemente un poco de ternura. En el Evangelio hay una teología de la ternura que siempre es curativa y liberadora. Se ejerce con palabras, con las manos, con los ojos, con el corazón…, y se concreta con caricias, besos, comidas en común, diálogos, contactos, abrazos… Son los verdaderos gestos liberadores. Si algo caracteriza la vida de Jesús de Nazaret es u amor apasionado a la vida. Es necesario luchar con firmeza y tenacidad contra toda forma de injusticia y opresión, desenmascarando los mecanismos sociales que las generan. Pero no es suficiente para liberar a los hombres y mujeres y hacer surgir el reino de Dios. Gestos liberadores son los que cargados de ternura y ofrecen un horizonte nuevo a las personas, como los de Jesús. Sólo éstos anuncian y hacen presente el Reino.

¡Dichoso el que no se escandalice de mí!

Sería monstruoso pensar en un Dios que se acerca a los hombres precisamente para agravar nuestra situación e impedir nuestra felicidad. Cuando Jesús, encarnación del mismo Dios, se presenta al Bautista lo hace como de alguien que ayuda a ver, que ofrece apoyo para caminar, que limpia nuestra existencia, que pone vida y Buena Noticia en nuestras vidas. Pero el Dios de la ternura y de la vida también puede defraudar. Hay personas que se han hecho un Dios a su imagen y semejanza y por nada del mundo quieren desprenderse de él. El Dios encarnado rompe sus parámetros. De ahí que el mismo Jesús dijera: ¡Dichoso el que no se escandaliza de mí!
Dios es siempre el mismo: perdón sin límite, comprensión en la debilidad, consuelo en la mediocridad, esperanza en la oscuridad, amistad en la solidad, ternura en la lucha, vida siempre. ¡Dichosos los que descubren que ser creyente no es odiar la vida sino amarla, no es bloquear o mutilar nuestro ser sino abrirlo a sus mejores posibilidades!

Elogio de Juan Bautista

Un hombre fiel a sí mismo y a su misión. Austero, firme, lleno de coraje y esperanza. Nada de lujoso cortesano, nada de predicador oportunista. Pero a la vez, un hombre solo, encarcelado, sin poder ejercer su misión, con la duda en las entrañas: “¿Eres tú el que tenía que venir o hemos de esperar a otro?”. Este es el Juan Bautista. Éste es el precursor. El elogio que Jesús hace de él nos revela qué es lo que cuenta para Dios y qué es lo que nos hace grandes en el Reino: Anunciar la Buena Noticia, preparar el camino del Señor. A pesar de nuestras dudas, de nuestras carencias, de nuestros falsos o desvirtuados ideales y esperanzas…, Jesús tiene su elogio para nosotros.

Siempre hay justificaciones

Para el que no quiere entrar en la dinámica del Reino siempre hay excusas al alcance de la mano. Se rechaza una actitud, se critica una propuesta y luego otra… Siempre hay motivos, justificaciones y excusas para quien no quiere cambiar ni convertirse. Es la prueba de la falta de sinceridad. Hoy diríamos “falta de voluntad política”, “falta de compromiso histórico”. Nada convence, todo es criticable. Los signos de los tiempos pierden su calidad de signos, pues los envolvemos en ambigüedad. La Buena Noticia pierde garantía y es un producto más. Hemos desabsolutizado las mediaciones, y hemos hecho bien. Pero al desabsolutizarlas las hemos trivializado en vez de buscar rasgos de verdad y de liberación que en ellas se nos ofrecían. Siempre hay justificaciones para no sentirse interpelado, para no entrar en la dinámica del Reino, para hacer lo que nos apetece.

Para la meditación:

Preguntar con ánimo de aprender. Preguntar como Juan Bautista.
Tener ojos, mente y corazón bien abiertos. Todos los sentidos para descubrir, ver, escuchar, palpar, gustar, sentir la Buena Noticia de Dios.
Discernir. Ver cuál es la mejor manera de esperar a Dios y su Reino. Cuál es la mejor manera de prepararse para recibirlo y de vivir cada día como si fuera Navidad o Pascua. Con alegría y esperanza.
Hablar bien de las personas. Aprender de Jesús que habló bien de Juan. Saber descubrir lo bueno y positivo, los brotes de justicia y fraternidad que hay en cada uno, en todos los que nos roden. Hacerlo es orar evangélicamente, como Jesús.
Dar gracias por los signos de vida. Por los que hay junto a nosotros y por los que se dan en otros lugares. Por lo que vemos y oímos. Por nuestra comunidad y el mundo. Por los que pertenecen a otros grupos y religiones. No escandalizarnos por la presencia y fuerza del bien, aunque éste nos supere y desconcierte.

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