domingo, 17 de octubre de 2010

29° DOMINGO DURANTE EL AÑO

Parábola de la viuda y el juez
Lucas 18, 1-8

Con la parábola de la viuda y del juez Jesús vuelve a insistir en dos cosas:

1- la necesidad de orar siempre sin desanimarse: 2- la bondad y la justicia de Dios, que escucha el grito de los oprimidos.

La viuda, personificación y figura de la sociedad más desamparada entre los israelitas, simboliza la situación límite del pueblo que exige justicia a sus dirigentes, a pesar de que éstos se la hayan negado sistemáticamente. El juez injusto, que se mofa de la justicia, representa a los dirigentes. Este termina por hacer justicia, no porque le importe o crea en ella, sino para que dejen de molestarle de una vez. La insistencia de la viuda vence la resistencia del juez injusto.

Jesús se sirve de esta parábola para invitar a los discípulos a afrontar la situación presente. Si la suplica insistente de la viuda ha logrado que el juez dicte una sentencia justa a pesar, con cuánta más razón “Dios hará justicia a sus elegidos si le gritan dicta y noche”.

“Los elegidos” son el Israel mesiánico, el pueblo pobre que anhela la liberación y le sigue, sus apóstoles y discípulos, nosotros.
La parábola tiene un evidente trasfondo escatológico. Parece referirse a la situación de las primeras comunidades, ansiosas por la segunda venida de Jesucristo y en constante peligro de sucumbir en un medio hostil. Si bien las circunstancias históricas han cambiado, la injusticia sigue estando presente en nuestra sociedad. De esta forma el texto refleja la situación de los marginados y de la comunidad cristiana autentica en cualquier momento de la historia y tiene plena actualidad para hoy día.

“Gritar de día y de noche” es la oración de los oprimidos por el sistema injusto que claman por un cambio radical de las estructuras. Una lectura superficial de la parábola puede dar la impresión de que la oración es el grito de un ser humano, desesperado y falto de confianza en sí mismo, que no tiene más remedio que acudir a Dios para resolver sus conflictos. En la práctica, muchas veces procedemos así; pero no es ese el sentido de la parábola, que subraya la insistencia activa de la viuda por sacar adelante su asunto, a pesar del juez. La oración hace tomar conciencia de las propias posibilidades y de la acción liberadora de Dios en la historia, porque es la expresión de la fe. No hay fe, sin embargo, cuando se han roto los lazos con el sistema injusto o cuando se vive apegado a la propia convivencia. Jesús alaba a la fe de la viuda con deseos de justicia. Pero parece dudar que los suyos tengan esa fe, tanto ahora como en el futuro: “Cuando vuelva este Hijo de Hombre, ¿qué?, ¿va encontrar esa fe en la tierra?

La historia avanza, los sucesos transcurren de forma vertiginosa e inesperada, la cultura cambia, los sistemas políticos y económicos evolucionan y todos tenemos conciencia de que se está gestando una nueva humanidad…, pero ¿pervive esa fe con ansias de justicia en nosotros?
Desgraciadamente, no somos proclives a vincular fe y justicia. Si solemos unir fe y sacramentos, fe y actos de piedad, fe y religión… es necesario hacer ver que el corazón de la justicia de Dios está en la fe y que una fe sin justicia carece de entrañas, es fe muerta.

¿Para qué sirve orar?
En una sociedad donde se acepta como criterio casi único de valoración la eficacia y rendimiento no es extraño que surja la pregunta por la utilidad de la oración. ¿Para qué sirve rezar? Esta es la pregunta más común cuando se piensa en la oración. “hay que orar siempre y sin desanimarse”. Lo importante para nosotros es la acción, el esfuerzo, el trabajo, el compromiso, la programación, las estrategias, los resultados. Y, naturalmente, ante todo esto, la orar cuando tenemos tanto para hacer nos parece perder el tiempo. Quizás no nos atrevemos a decir tanto, pero el hecho es que la abandonamos, que la dejamos para el último momento y que no la hemos introducido en nuestro estilo y programa de vida. La oración cristiana es eficaz porque nos hace vivir con fe y confianza en el Padre y en solidaridad incondicional con los hermanos. La oración es eficaz porque nos hace más creyentes y más humanos. Abre los oídos de nuestro corazón para escuchar con más sinceridad a Dios. Va limpiando nuestros criterios, nuestra mentalidad y nuestra conducta de aquello que nos impide ser hermanos. Alienta nuestro vivir diario, reanima nuestra esperanza, fortalece nuestras ansias de justicia, alivia nuestro cansancio, ayuda a nuestra debilidad… quien dialoga constantemente con Dios y lo invoca “sin desanimarse” como nos dice Jesús, va descubriendo dónde está la verdadera eficacia de la oración y para qué sirve rezar. Sencillamente para vivir.

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