domingo, 3 de octubre de 2010

27° DOMINGO DURANTE EL AÑO

RECOMENDACIONES AL DISCIPULO
Lucas 17, 1-10

Lucas reúne aquí varias palabras de Jesús que tienen una fuerte vinculación con la vida comunitaria: no escandalizar, perdonar siempre, tomar conciencia de la fuerza de la fe…
Al dirigirse a sus discípulos pronuncia una advertencia severa: “Es inevitable que sucedan escándalos, pero ¡ay de los que lo provocan! Más le valdría que le ataran en el cuello una piedra de molino y lo arrojase al mar, antes de escandalizar a uno de estos pequeños. ¡Anden con cuidado!”

¿Quiénes son estos pequeños? En la terminología de los sinópticos, los discípulos provenientes de las carpas sociales marginadas social y religiosamente; ellos, gracias a su situación, han comprendido y asimilado el mensaje de Jesús de invertir la escala de valores y han optado por el camino de la sencillez. Los “discípulos” a los que Jesús se dirige y habla son los de ascendencia judía ortodoxa. Estos con sus ansias de poder, de creerse en posesión de la verdad, de apelar a la Ley y a la ortodoxia, de su orgullo por no ser como los demás, pueden provocar el escándalo de los sencillos. No tener en cuenta la debilidad, pobreza o escasa preparación de los hermanos merece la peor de las condenas.

El signo más expresivo de la presencia del reino es este amor desinteresado y total que ayuda y perdona. Lejos de sacar partidos de su pasado observante, los discípulos deben estar dispuestos a perdonar siempre y en todo momento. “Siete veces” es una expresión simbólica que significa siempre. Cuando un hermano nos ha ofendido, sólo nos restan dos actitudes; corregirlo y perdonarlo. Nunca juzgarlo y condenarlo. He aquí una llamada a asumir nuestra responsabilidad dentro de la comunidad, a ejercerla con amor y respeto, con compresión y llenos de solicitud, sin prejuicios, sin miedos. Es una invitación a destruir el orgullo de creerse mejores que los otros.

Impotencia del discípulo observante ante la sociedad y la misión.

Los discípulos son nombrados como “los apóstoles” (referencia clara a la misión) y Jesús como “el Señor”. Lucas nos describe la sensación de impotencia que experimentan “los misioneros” que quieren anunciar el Evangelio y se guían con actitud y mentalidad farisea. Tal comportamiento es tildado como falta de fe: “Si tuvieran fe como el grano de mostaza, le dirían a esa morera: “Arráncate de raíz y plántate en el mar, les obedecería”. El grano de mostaza es la simiente más diminuta, símbolo de los comienzos del reino a partir de unos valores humanamente sin significantes. Como esta imagen Jesús nos está diciendo que, cuando se cree en la utopía del reino, no hay obstáculo insalvable.

Mientras los apóstoles sigan creyendo que su fuerza radica en los medios humanos, que su eficacia depende de la observancia religiosa y que Dios es, como para los fariseos, un amo exigente que se preocupa muy poco de sus criados, tendrá validez para ellos la triste comprobación de Jesús: “Pues ustedes lo mismo, cuando hayan hecho todo lo mandado, digan: No somos más que unos pobres criados, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Es curioso cómo muchos entendiendo mal este dicho irónico de Jesús, se identifican con estos “criados” ignorando que son “hijos de Dios”.

El cristiano es fariseo cuando confía más en la ortodoxia, en sus fuerzas y medios que en la fe y los valores del reino; cuando se atribuye el merito de algo que pertenece a Dios; cuando ve las ventajas de su misión como derechos adquiridos; cuando piensa que Dios es amo exigente; cuando en vez de tener actitudes de hijo tiene de siervo…
Un deseo muy hondo: ¡Auméntanos la fe!

Vivimos un momento de desencanto, de indiferencia, escepticismo y de relativismo. Sentimos que nuestra fe se desvanece o está bloqueada. El que busca sinceramente a Dios se ve envuelto, más de una vez, en oscuridad, duda o inseguridad. Los creyentes tenemos que aprender a creer inmersos en este horizonte de crisis general y de crisis personal.

Todo lo que es importante para nuestra vida es siempre algo que va creciendo en nosotros de manera lenta y secreta, como fruto de una búsqueda paciente y como acogida de una gracia que se nos regala. Y no está exento de altibajos y dudas. En concreto nuestra fe puede comenzar a despertarse de nuevo si acertamos a gritar, desde el fondo mejor de nosotros mismos, lo que los discípulos gritan al Señor: ¡Auméntanos la fe”.

Cuando uno vive con el deseo sincero de encontrar a Dios y trabajar por su reino, cada oscuridad, duda o interrogante puede ser un punto de partida hacia algo más profundo, un paso más para abrirse al misterio. Pero todo esto no es fácil de entender cuando vivimos en la certeza de nosotros mismo o pendientes sólo de nuestras necesidades y seguridades.
Al decir que somos “pobres siervos”, o como dicen otras traducciones “siervos inútiles”, se quiere afirmar con fuerza que la fe es ante todo un don, y que nuestra capacidad de vivir la fe es también gracia. La vida de fe es siempre un don que acogemos en la medida en que amamos a Dios y a los hermanos. Es consecuencia, paradójicamente, los siervos verdaderamente útiles son los que se reconocen “inútiles”, los que saben vivir en el horizonte de Dios. El acento puesto en la inutilidad busca realzar-con un giro muy hebreo-la gratuidad de la fe. Reconocer la gratuidad de la fe y del amor de Dios es lo que nos hace vivir en plenitud

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