domingo, 7 de noviembre de 2010

32° DOMINGO DURANTE EL AÑO


LA PREGUNTA SOBRE LA RESURRECCION
LUCAS 20, 27-40

Una vez que Jesús ha hecho callar a los fariseos, los saduceos –sus enemigos- trataban de atraparlo en las redes de su casuística. Los saduceos representan la casta sacerdotal privilegiada, a la que pertenecían la mayoría de los sumos sacerdotes. Dentro de entramado social del judaísmo son los portavoces de las grandes familias ricas que viven y disfrutan de los copiosos donativos de los peregrinos y del producto de los sacrificios ofrecidos en el templo.
No hay que confundirlos con la clase formada por los simples sacerdotes, muy numerosos y más bien pobres. Situados en los círculos del dinero y del poder, los saduceos eran radicalmente materialistas “negaban la resurrección de los muertos” iban en contra de la expectación farisea de una vida futura y se servían de la religión para explotar al pueblo y vivir con más privilegios. Quieren ridiculizar las enseñanzas de Jesús que, en parte, coincide con las creencias de los fariseos sobre la resurrección de los justos. Para ello le presentan el caso de una mujer que conforme a la Ley del Levirato (Dt 25, 5), ha sido desposada sucesivamente por siete hermanos por el hecho de haber muerto uno tras otro sin descendencia ¡De quién de ellos será la mujer si existe la resurrección de los muertos?

La respuesta que Jesús les da sigue dos caminos. Por un lado les dice que la vida futura de los resucitados es una vida transfigurada (son hijos de Dios) y vivida en presencia de Dios (“como ángeles”) se trata de una vida nueva donde, no existiendo la muerte, los hombres y mujeres no se casarán, y las relaciones humanas serán elevadas a un nivel en el que dejarán de tener vigencia a las limitaciones inherentes a la creación presente. Viene a decirles que la resurrección no es una manera de continuidad de esta vida. Por otro, apoya el hecho de la resurrección de los muertos en los mismos escritos de Moisés: “Dios de Abraham……”

Para Jesús no tiene sentido una religión de muertos. El Dios cristiano es un Dios de vivos. No es un ídolo que domine y engañe, que nos haya arrojado a este mundo y dejado en él. Los primeros cristianos fueron tildados de ateos por la sociedad romana porque no profesaban una religión basada en el culto a los muertos, en sacrificios expiatorios, en ídolos insensibles. Por eso nuestro cristianismo no siempre ha logrado presentar a Dios como Dios de la vida. Sin embargo, las promesas de Dios son siempre ofrecimiento de vida.

El Dios verdadero es siempre fuente de vida. No es un Dios destructor sino un Dios que crea la vida, la sostiene y la lleva en plenitud. Lo hayamos allí donde el hombre se enfrenta a una tarea, donde la humanidad lucha por ser más humana. Es en medio de la vida donde los creyentes debemos descubrir a nuestro Dios como alguien que la sostiene, la impulsan y nos llama a vivir y hacer vivir.

Los cristianos tenemos que recordar, ahora más que nunca, que creer en la resurrección es mucho más que cultivar un optimismo barato en la esperanza de un final feliz. El creyente siente que, ya desde ahora y aquí de una manera nueva amar y defender la vida. Por eso toma partido allí donde es lesionada, ultrajada y destruida. La resurrección se hace presente y se manifiesta allí donde se lucha y hasta se muere por evitar la muerte que está a nuestro alcance.

El Evangelio es Buena Noticia porque Dios es un Dios de vivos ya aquí. Quien no construye vida difícilmente puede entender la dinámica del reino y creer en un Dios de vida; le es más fácil la actitud saducea.

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