domingo, 30 de enero de 2011

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LAS BIENAVENTURANZAS



Las bienaventuranzas son la síntesis de la vida cristiana. Las palabras de Jesús tienen un marco solemne. Habla desde el monte, lugar tradicional de la manifestación de Dios, y sentado cerca de sus discípulos, rodeado de la multitud que le siguen, y en actitud de enseñar.
Los destinatarios son todos. Somos todos.

Son como un resumen de lo que viene después. Se soporta en un estilo literario muy conocido en la tradición sapiencial judía (Sal 1, 1; 33, 12; Prov. 3, 3) y utilizando otras veces por Jesús. Mateo va señalando pistas que conducen a la verdadera felicidad. Los que viven según el estilo del Reino y encarnan estas actitudes (es decir, los que practican la justicia), aunque sean perseguidos, serán dichosos y tendrán su recompensa en Dios.

Los gritos de alegría de Jesús por la llegada del Reino de Dios y la liberación que viene de Jesús, fueron interpretadas en las comunidades de Mateo como orientaciones para la conversión y el cambio de vida que exige dicho acontecimiento.

En cada bienaventuranza existe una tensión entre la situación presente y la que está a punto de brotar. Los pobres, los que sufren, los que tienen hambre, los misericordiosos van a ver cambiada su suerte. La actual situación no es querida por Dios.

Las bienaventuranzas declaran dichosas las personas a personas consideradas malditas y desgraciadas. La primera de ellas resume de algún modo las demás: llama dichosos a los pobres de espíritu a los que han puesto la confianza sólo en Dios, y al mismo tiempo invita a adoptar esa actitud a todos los que quieran tener parte en el Reino. Jesús no proclama a los pobres “dichosos” por el hecho de ser pobres, ni menos aún señala la pobreza como un ideal de vida. La dicha de los pobres radica en el mismo hecho de que ya ha llegado para ellos el Reino de Dios y en que Dios los ama.

Las bienaventuranzas son una proclamación mesiánica, un anuncio de que el Reino de Dios ha llegado. Los profetas había descripto el tiempo mesiánico como el tiempo de los pobres, los hambrientos, perseguidos y los inútiles iban a sentirse ricos, saciados, respetados, útiles.

Jesús proclama que ese tiempo ha llegado, de ahí la alegría y el gozo sean algo fundamental en las bienaventuranzas. No son una ley, ni un código, ni una norma moral: son Evangelio, anuncio gozoso de la realización del Reino.

Jesús proclama que ha llegado el tiempo mesiánico y es para todos. Ante el amor de Dios no hay próximos y lejanos, no hay marginados. No van dirigidos a individuos aislados o a una elite de consagrados, sino a los creyentes, a todos los discípulos de Jesús.
Jesús las proclamó y las vivió. Por eso, la proclamación de las bienaventuranzas van precedida de un sumario de su actividad: le rodeaban enfermos de toda clase, de diversos males, endemoniados, epilépticos, paralíticos y él los curaba.

Quienes viven con el Maestro, quienes viven las actitudes del Reino, quienes viven las bienaventuranzas, serán injuriados y perseguidos. La persecución es señal tarde o temprano acompañan a los que entran en la dinámica del Reino y trabajan por él.

Dios no es apático. Dios sufre donde sufre el amor. Por eso, el futuro proyectado por Dios pertenece a esos hombres y mujeres que sufren porque apenas hay lugar para ellos en el corazón de los hermanos y en esta sociedad.

Vivimos un mundo cada vez más apático, en el que está creciendo la incapacidad para percibir el sufrimiento ajeno, la incapacidad de sufrir. La organización de la vida moderna parece ayudar a encubrir la miseria y la soledad de la gente y ocultar el sufrimiento hondo de las personas. En medio de esta sociedad se hace todavía más significativo el mensaje de las bienaventuranzas y la fe cristiana en un Dios crucificado que ha querido sufrir junto a los abandonados de este mundo.

Todos sabemos por experiencia, que la vida está sembrada de problemas y conflictos. Pero a pesar de todo podemos decir que la “felicidad interior” es uno de los mejores indicadores para saber si una persona está acertando en el difícil arte de vivir. Se puede afirmar incluso que la verdadera felicidad no es sino la vida misma cuando es vivida con acierto y plenitud.

Nuestro problema consiste en que la sociedad actual no programa para buscar la felicidad por caminos equivocados, que casi inevitablemente nos conducirán a vivir de manera desdichada.

Las bienaventuranzas nos invitan a preguntarnos si tenemos la vida bien plantada o no. ¿Qué sucedería en mi vida si yo acertara vivir con un corazón más sencillo, sin tanto afán de seguridad, con más limpieza interior, más acento a los que sufren, con la confianza en un Dios que me ama de manera incondicional?

Nadie sabe dar una respuesta totalmente convincente y clara cuando se nos pregunta sobre la felicidad: ¿Qué es? ¿Cómo alcanzarla? ¿Por qué caminos? No se logra la felicidad de cualquier manera, la felicidad no se compra. Por eso hay personas tristes a pesar de que cada día hay más ofertas y caminos para ser feliz.

Entonces, en qué creer: en las Bienaventuranzas de Jesús o en los reclamos de nuestra sociedad? Uno se va haciendo creyente cuando va descubriendo prácticamente qu somos más felices cuando amamos. Es una equivocación pensar que el cristiano está llamado a vivir renunciando y sacrificándose más que los demás, de manera más feliz que los otros.

Ser cristiano, es buscar la felicidad, una felicidad que comienza aquí, y que alcanzará su plenitud final con Dios.

Si las bienaventuranzas aparecen como Buena Noticia quiere decir que su mensaje no es algo vacio o hueco, sino una realidad presente en nuestra sociedad.

Hay en nuestro mundo frutos y signos de la Buena Noticia del Reino. Hemos de ser capaces de descubrirlos. Quien no percibe los signos del Reino ya presente no puede experimentar su cercanía, ni seguir creyendo en su radical utopía de amor, justicia, paz, fraternidad, verdad, solidaridad, pues, sólo desde la experiencia se puede creer.

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