LUCAS 13, 22-30
Hay dichos de Jesús que, si no sabemos leerlos en su verdadera perspectiva, nos pueden conducir a una grave deformación de todo el Evangelio. Así sucede con las palabras tan conocidas de este pasaje: “Traten de entrar por la puerta estrecha”. Mal interpretada pueden llevarnos a un rigorismo estrecho, rígido y antievangélico en lugar de orientarnos hacia la verdadera radicalidad exigida por Jesús.
El pensamiento original de Jesús, tal como lo recoge la tradición de Lucas, es suficientemente claro. A aquellos judíos que le preguntan, preocupados, por el número de los que se salvan, Jesús les responde sobre el cómo de la salvación. Y les advierte que ésta no es algo mecánico, que se obtenga automáticamente. No basta con ser hijo de Abraham. Es necesario acoger el mensaje del Reino y vivir sus profundas exigencias de conversión. Jesús imagina una muchedumbre agolpada hacia una puerta estrecha. Si no se hace un esfuerzo serio no es posible entrar por ella y uno puede quedarse excluido de la salvación del Reino. Pero este esfuerzo por entrar por esa puerta no consiste en aquel rigorismo estrecho, agobiante y en definitiva, estéril y superficial de los círculos farisaicos que Jesús ha considerado tantas veces. Jesús llama por el contrario, a la radicalidad (radical viene de “raíz”) y nos invita a cambiar la orientación del corazón y a esforzarnos a vivir una vida nueva, dando primicia absoluta al Señor y a los hermanos.
Esta conversión no es algo teórico que se acepta con la cabeza, sin repercusiones prácticas en el comportamiento diario. Es una decisión que trastoca nuestro criterio de actuar y nos exige una conducta nueva y un modo nuevo de relacionarnos con las personas, con las cosas y con Dios.
La puerta del Reino es estrecha y nos enfrenta con nuestra propia consciencia, desnudo de todo sistema institucional, religioso o mágico que pretenda ofrecernos, como si de un mercado se tratara, la salvación. La entrada del Reino no es fácil para unos y difícil para otros, pues es tan fácil o difícil como la misma vida, con sus continuas dudas, opciones, choques, crisis, gozos y alegría.
La imagen del Banquete es muy frecuente en la biblia para hablar del reino de Dios. Jesus la usa muy a menudo. Es uno de los símbolos mas repetidos en los evangelios. El banquete es una forma de expresar el reino, es plenitud, satisfacción, festín, gozo, solidaridad, hermandad. El banquete en compañía de los grandes antepasados – Abraham, Isaac, Jacob – era la gran esperanza, el anhelo de todo judío. Pues bien, en torno a esta imagen abundan en el Evangelio las expresiones más duras: “el dueño, por mucho que llamen, no les abrirá, no los conozco”; “lejos de mí los que son agentes de injustica”; “los echaran fuera”. No vale decir: “Si somos de los tuyos”; “Si hemos comido contigo”.
Sin la referencia primitiva de Jesús iba para los que le escuchaban, para los judíos, hoy resuena como advertencia para nosotros, para la comunidad cristiana. No basta con haber pertenecido al pueblo de Dios por la circuncisión, ni con ser cristiano por el bautismo, tampoco basta con haber enseñado o hablado, si la palabra no ha ido acompañada de un testimonio coherente y no sean tenido entrañas de misericordia. Hay frases en el Evangelio que nos resultan tan duras y violentas que, casi inconscientemente las encerramos en un cómodo paréntesis y las olvidamos para no sentirnos demasiados interpelados. Pero siguen estando ahí.
Sin apenas darnos cuenta, somos muchos los cristianos que vivimos dentro de la Iglesia (y de nuestra comunidad) prácticamente convencidos de que este es el camino seguro que lleva a la salvación, sin tener conciencia de la necesidad que tenemos de entrar por la puerta estrecha de la conversión personal. Y sin embargo, ni la Iglesia, ni la Comunidad, ni la práctica de unas obligaciones religiosas son un salvoconducto. Por eso, nos debe hacer pensar la frase de Jesús: “Hay últimos que serán últimos y primeros que será últimos”.
El Reino no es un privilegio que se adquiere por títulos o etiquetas, es un don del que gozan los que luchan por él, sean creyentes o no. Están abiertos a todos. Creerse en posición de Él, pensar que tenemos la exclusiva, marginar a otros…es vivir no solo desorientado sino fuera de la dinámica del Reino que está presente. Aunque parezca una frase hecha hay que decirla: “No son todos los que están, ni están todos los que somos”.
Para orar…
Para orar…
LA PARTIDA
Contigo, mano a mano, y no retiro
la postura, Señor. Jugamos fuerte.
Empeñada partida en que la muerte
será baza final. Apuesto. Miro
tus cartas y me ganas siempre. Tiro
las mías. Das de nuevo. Quiero hacerte
trampas. Y no es posible. Clara suerte
tienes, contrario en el que tanto admiro.
Pierdo mucho, Señor. Y apenas queda
tiempo para el desquite. Haz Tú que pueda
igualar todavía. Si mi parte
no basta ya por pobre y mal jugada,
si de tanto caudal no queda nada,
ámame más, Señor, para ganarte.
García Nieto, J.
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