Mateo 5, 38-48
Tensión entre el Evangelio y ley: nueva escala de valores
Las palabras de Jesús tienen siempre la novedad y la frescura intacta de un manantial. A veces resultan desconcertantes y hasta provocativas, porque trompen lo convencional y lo comúnmente establecido, lo que más se estila o lo que más nos apetece. Por eso, cuando uno se detiene ante ellas, e intenta escuchar u rumor o su eco nunca acallado, entonces surgen las preguntas: ¿Hasta qué punto son razonables? ¿Cómo hay que entenderlas? ¿Nos resultan anacrónicas e inapreciables? ¿Están realmente dichas para un mundo real? ¿Son realmente un mensaje liberador y esperanzado? ¿Sirven para algo en este nuestro mundo?
Estas y otras preguntas hieren nuestra conciencia cristiana, si nos enfrentamos con honestidad y franqueza en este texto evangélico. ¿Cómo entender en una sociedad tan tensa y agresiva como la nuestra eso de presentar la otra mejilla o amar al enemigo? Y, sin embargo, estamos tocando lo que constituye el núcleo más original y específico del Evangelio de Jesús. En el fondo se nos propone la superación y el cambio de la escala de valores que regulaba la vida de aquella sociedad y, tal vez, también de la nuestra. Ahí es nada. Como para no sentirnos desconcertados y provocados…
Amar sin medida. Para entender la novedad de las palabras de Jesús hace falta conocer la ley y las costumbres de aquella época. El pueblo de Israel ya conocía el mandato del amor. En los libros sagrados se dice “Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón, con toda tu alma, con todas tus fuerzas”; “no serás vengativo ni guardarás rencor a tus conciudadanos; amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Dt 6,5; Lev 18, 18). Pero este mandato estaba condicionado por las leyes y costumbres de la época, como la ley del Talión (ojo por ojo, diente por diente…). En el mundo de hace más de dos mil años ésta no era una ley de violencia, sino todo lo contrario: era una forma de frenar la violencia, poner límite a la venganza y hacer posible la convivencia, exigiendo que el castigo nunca sobrepasa la ofensa. En este ambiente, Jesús propone otro camino.
La ley del Talión no tiene sentido, porque con la llegada del Reino se hace presente el amor de Dios, un amor comprensivo y sin medida; un amor que rompe las leyes de la correspondencia, porque Dios nos ama antes de lo que lo merezcamos. Al instinto de venganza opone Jesús la no violencia como actitud activa; a la brutalidad, la bondad; al egoísmo, la generosidad. Los ejemplos que se citan pertenecen a la vida cotidiana, y pueden ser ampliados a otras muchas situaciones y ocasiones.
“…Pues yo les digo, amen a sus enemigos y oren por los que los persiguen”. Nos explica el alcance y el fundamento del amor y de este nuevo estilo de vida que Jesús propone. El amor cotidiano es un amor que no puede quedar reservado al círculo de los más cercanos, a los de mi grupo, a los de mi familia, a los que los aman, sino que alcanza incluso a los enemigos. Es un amor sin fronteras y sólo puede entenderse como expresión del amor de Dios, que es para todos. Los discípulos deben amar así, porque así es como ama Dios. Éste será su signo distintivo.
Las palabras finales “Ustedes sean buenos con todos, como es bueno su Padre del cielo”, son la clave para entender lo que Jesús propone. A imagen de Dios cada uno hemos de ser buenos, justos y no poner barreras al amor.
No es extraño que las palabras de Jesús resuenen en nuestra sociedad como un grito ingenuo además de discordante. Y, sin embargo, quizá sean las palabras que más necesitamos escuchar todos cuando, sumidos en la perplejidad, no sabemos qué hacer para arrancar la violencia de nuestro entorno, de nuestra sociedad, de nuestro mundo. El Evangelio de Jesús de hoy no plantea soluciones técnicas a nuestros conflictos, pero sí para descubrirnos en qué actitud debemos abordarlos.
El otro no es sólo “enemigo”. Es un ser humano, alguien que sufre y goza, que busca y espera. Alguien que salió de las manos del Padre para disfrutar un día de la vida plena. El “enemigo” empieza a ser otra cosa de lo que nosotros vemos en él cuando lo contemplamos sencillamente como persona. “Amar al enemigo” no es introducirlo en el circulo intimo de nuestras amistades, pero sí aceptarlo como persona, como hermano, aunque haya perdido el derecho a ser tratado con justicia y humanidad. “Amar al enemigo” no significa tolerar las injusticias y retirarse cómodamente de la lucha contra el mal. Lo que Jesús ha visto con claridad es que no se lucha contra el mal y no se construye Reino cuando se destruye a las personas. Hay que combatir la injusticia y el m al sin buscar la destrucción del adversario.
No es la ostentación de sentimientos ni el uso de palabras afables el mejor criterio para verificar el amor cristiano, sino el comportamiento solícito por el otro. Por lo general, un servicio humilde al necesitado encierra, casi siempre, más amor que muchas palabras efusivas. Pero se ha insistido, a veces, de tal manera en el esfuerzo de la voluntad, que hemos llegado a privar a la caridad de su contenido afectivo. Y, sin embargo, el amor cristiano, que nace de lo profundo de la persona, y que quiere ser reflejo y expresión del amor del Padre que hace salir el sol sobre buenos y malos y manda la lluvia sobre justos e injustos, no se contenta con hacer el bien; inspira y orienta, no sólo la voluntad, también los sentimientos, y se traduce en afecto cordial, en misericordia.
Amar al prójimo es hacerle bien, pero significa también aceptarlo, respetarlo, descubrir lo que hay en él de amable, hacerle sentir nuestra acogida y amor. Jesús insiste en desplegar esta cordialidad no sólo ante el amorgo o la persona agradable, sino incluso ante quien nos rechaza. “Si saludan sólo a sus amigos…” ¿qué hacen de extraordinario?”. Son palabras suyas que nos revelan su sentido de ser el talante que anhela y nos propone para el Reino.
Reflexionamos y oramos…
Exponerse a la palabra. La Palabra de Dios nunca nos deja indiferente. Es Buena Noticia engendradora de vida. Orar es exponerse a su Palabra, sólo exponerse, Dios hará lo otro.
Aprender a ser hijos y a ser hermanos. Es el reto de toda persona que escucha y acoge la Buena Noticia. Reto que nos desinstala siempre.
Revisar nuestra escala de valores. No siempre hemos construido en compañía de Jesús. Orar es revisar nuestra escala de valores o nuestra mochila, para sentirnos ligeros de equipaje, o con yugo suave…, libres y alegres.
Dejarnos amar por Dios, Padre-Madre, que nos cuida, nos guía, nos abraza. Estar, acoger, aceptar.
Amar como Él. Saliendo de nosotros mismos y de nuestro entorno. Pedir a Dios los ritmos de su querer. Ir más allá de la cordialidad, la ingenuidad y el conformismo.